jueves, 23 de febrero de 2012

La economía de Marx para anarquistas. Capítulo 2: La teoría del valor-trabajo.


Wayne Price

Segundo capitulo de “La economía de Marx para anarquistas: una introducción anarquista a la Crítica de la economía política de Marx”. Este capitulo cubre el método de Marx, la alienación y el fetichismo, la naturaleza del valor y la relación entre valor y precio.
Carlos Marx

  El método de Marx
Antes de encarar la teoría de Marx, es importante decir algunas cosas sobre su método. No voy a hablar del “materialismo dialéctico”. En lugar de eso, voy a partir con la idea de Marx de que lo empírico es sólo la superficie de la realidad. El sol realmente parece ir de este a oeste en el cielo, sobre la tierra plana, y ciertamente nos guiamos de esta forma cuando viajamos grandes distancias, pero la realidad es más que eso.
Mijail Bakunin
Cuando toco la superficie de una mesa, se siente duro y consistente, y lo es (resiste la presión de mi mano). Pero también es cierto que la mesa es, más que nada, espacio vacío compuesto por partículas sub-atómicas en constante movimiento. Así también pasa con la sociedad. Existe la superficie y la profundidad bajo ella. Ambas son partes válidas de la misma.
¿Cómo, científicamente, comprendemos qué existe bajo la obvia superficie? No podemos llevar la economía a un laboratorio, no podemos hacer experimentos controlados (no éticamente, al menos). El método de Marx es la abstracción. Mentalmente abstrae (“saca”) aspectos de la totalidad mientras ignora, temporalmente, otros aspectos de la realidad compleja. Todo el campo de la economía es una abstracción, porque separa (en nuestra mente) los procesos de producción y consumo de otros procesos sociales, como el arte o la cultura.

Por medio de la abstracción, Marx construyó modelos económicos. Por ejemplo, planteó una sociedad sólo compuesta por los capitalistas industriales y la clase trabajadora moderna, pero sin terratenientes, ni campesinos, ni capitalistas comerciales, sin banqueros, ni clase media, etc. Por medio de ese modelo (de un capitalismo que nunca ha existido o existirá), exploró cómo podría funcionar. De manera gradual, añadió más y más aspectos de la sociedad actual al modelo (tales como otras clases), esperando que esto entregue indicios de como la compleja y desordenada vida real, funciona. Es la abstracción la que ha permitido que la crítica de Marx a la economía política permanezca vigente después de un siglo y medio. El capitalismo aún sobrevive y su estructura básica aún continúa funcionando.

Lo que Marx buscaba eran los patrones subyacentes al comportamiento de las masas, llamados “leyes” económicas. Pero estas leyes nunca aparecen de forma pura en la sociedad actual, al ser interferidas, mediadas por y contrarrestadas por otras fuerzas. Estas emergen al largo plazo, en términos generales, y de forma alterada. Mostraré esto cuando examine la “ley del valor” y la “caída de la tasa de ganancia”. Es por eso que Marx, de forma reiterada, dijo que las “leyes” económicas se aprecian más bien como “tendencias”. Para ver cómo operan realmente, cada situación debe ser analizada en su concreción.

¿Tres factores?

Para la economía burguesa, la producción (en todo sistema económico) requiere de tres “factores”. Estos son: tierra (no sólo suelo, sino todo recurso natural), trabajo (personas), y capital (herramientas, máquinas, edificios, etc.). Cada factor debe ser pagado; eso se traduce en renta por el suelo, salarios por el trabajo e intereses por el capital. Al contribuir los tres factores a la producción, a todos se les paga, supuestamente no hay explotación.

Sin embargo, si este modelo se aplica a todas las sociedades, debe ser aplicable al feudalismo, a la esclavitud clásica y a todo tipo de sociedad que haya existido en la vieja China, las cuales eran todas sociedades explotadoras. Unos pocos vivían del trabajo de muchos. Una cantidad mínima del trabajo de la clase laboriosa era destinada a su propio uso (en vestimenta y alimento), mientras que la mayor cantidad iba a parar a la mantención de la clase dominante

Marx afirmó que esto era cierto también para la clase obrera moderna, el proletariado (término tomado de la antigua Roma, que significa “aquellos que [solamente] crían”). El capitalismo se ve, en la superficie, como una sociedad basada en la igualdad, pero Marx buscó demostrar (por medio de su crítica) que en realidad se trataba de un sistema explotador tal como la esclavitud, que la clase capitalista también vivía del trabajo excedente de los trabajadores.

Alienación y fetichismo

En la perspectiva de Marx, la alienación (extrañamiento) es un concepto fundamental. Para él, lo que hace a las personas humanas es su capacidad de producir, crear lo que necesitamos fuera del ambiente natural, usando nuestro trabajo intelectual y manual. Pero bajo el capitalismo, en particular los trabajadores están obligados a trabajar, no para ellos mismos, sino para algo más, llamado capital. Mientras más duro trabajen, más fuerte y rico se vuelve el capital que los gobierna, drenando sus energías e incrementando su poder gracias a sus esfuerzos. Esto es el trabajo alienado. Todas las instituciones de la sociedad están alienadas y gobiernan a la clase obrera por medio de lo que esta misma les entrega. Las personas son reificadas (cosificadas), en tanto las cosas parecen vivas.

Esto es similar a la “identificación proyectiva” (una forma sicológica de alienación). La gente al sentirse vacía, inocua y débil, proyecta su fuerza interior en un símbolo o institución: la bandera, un líder, la nación, un equipo de fútbol, o su versión de Dios. Al identificarse (o unirse) con esta imagen, pueden volver a tener acceso a su fuerza y sentirse completos de nuevo por un tiempo.

Los hinchas se sienten bien cuando “su equipo” gana, y tristes cuando pierde. Los obreros norteamericanos patriotas, sufriendo en la vida diaria, se animan a sí mismos gritando en grupo “¡USA! ¡USA! ¡Somos el número uno!”. La gente religiosa se siente bien cuando se relacionan con su versión de Dios, tal vez en oposición al Dios de otras personas. La gente ubicada en el fondo de la sociedad mira hacia arriba, a sus líderes (de izquierdas y derechas) que prometen ser capaces de arreglar las cosas por ellos. La identificación proyectiva puede ser inofensiva (cuando se apoya a un equipo) o viciosa (cuando se adora a líderes como Hitler)

El gran socialista norteamericano Eugene V. Debs resumió el problema de esta alienada adoración a los líderes en 1905 de la siguiente manera: “Por mucho tiempo los trabajadores del mundo han esperado un Moisés que los guíe para salir de la esclavitud. Yo no los guiaría aunque pudiera; porque si pueden ser guiados para salir, pueden ser guiados, también, para volver. Me gustaría que entendieran que no hay nada que no puedan hacer por ustedes mismos”. Esta es la misma idea de Marx de que “La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”

Concentrándonos en la economía política, Marx habla del “fetichismo de la mercancía”. Los seres humanos primitivos adoraban ídolos y objetos especiales (fetiches), concibiéndolos como personalidades reales, poderosas. Así también, las personas, en la sociedad burguesa, tratan a los objetos como si fueran vivos y poderosos. Tratan a “la tierra” y “al capital” como seres subjetivos que interactúan con el “trabajo”. La crítica de Marx ve la realidad tras la alienación, donde es la gente la que interactúa entre sí, mediante el uso de maquinas y objetos, y no a la inversa.

 

La naturaleza del valor

Las mercancías -objetos producidos para la venta- tienen dos aspectos. Cada mercancía es un objeto específico, tiene su uso propio, como un balón de fútbol, un martillo o lo que sea, y es producido de una forma específica, con maquinas específicas y un proceso de producción específico. Pero también cada mercancía vale una cierta cantidad de dinero. Números pueden ser vinculados a cada objeto, no para referirse a su peso, sino a su valor: $1, $10, o $1000000. Dicho en otras palabras, toda mercancía es “dinerificable” [money-fiable]. Esto es importante porque a los capitalistas que administran sus negocios no les importa cual es el uso (“valor de uso” o “utilidad”) de la mercancía que producen. No jugarán con el balón de fútbol o construirán algo con el martillo que produjeron. Sólo les importa que alguien más encuentre al balón de fútbol o el martillo útil y, por lo tanto, esté dispuesto a comprarlo. A los capitalistas sólo les interesa el dinero. Ellos producen balones de fútbol y martillos para terminar con más dinero que con el que partieron al contratar trabajadores, comprar maquinaria e insumos. Es decir, buscan expandir su valor total, no incrementar la participación de la sociedad en el uso de bienes. Es por eso que los capitalistas están dispuestos a matar hasta la última de las ballenas. Cuando hayan terminado con ellas, podrán tomar sus ganancias e invertirlas en otra cosa, como talar secuoyas, para así hacer más dinero.

Entonces, ¿qué es este valor que todas las mercancías tienen, que las habilita a tener un valor monetario (precio)? Hay algo que no es dinero en sí mismo pero que puede ser expresado en dinero. Algunos plantean que es utilidad en general (valor de uso), pero el aire es lo más útil que hay, y no tiene precio. La teoría se ha desarrollado para evadir estos problemas, mezclando la utilidad con la escasez y la satisfacción (la teoría de la “utilidad marginal”). Pero el valor de uso de cualquier objeto (además del aire) es subjetivo. Incluso con el alimento y la bebida la gente varía mucho en sus gustos. Entonces, ¿cómo hace la sociedad para desarrollar de forma coherente un conjunto de precios para todos los objetos? Considerando, como ya dijimos, que los productores capitalistas no se interesan realmente en la utilidad de sus productos una vez que saben que alguien más los quiere.

La escasez y la utilidad pueden hacer una diferencia al corto plazo. Hace algunos años atrás hubo un repentino deseo masivo por un juguete navideño particular: Elmo Cosquillas. Desafortunadamente, los fabricantes no hicieron los suficientes, por lo que el precio se disparó. Pero con el tiempo, como los productores se dieron cuenta de que algo era deseado pero no había demasiado de aquello, expandieron la producción de los muñecos hasta ajustarse a la demanda. Esta es la tendencia de la producción capitalista, con el tiempo, de buscar igualar la oferta a la demanda, superar la escasez.

Por supuesto, hay cosas que permanecen escasas, sin importar cuánto dinero se ofrezca. No habrá más Rembrandts aunque la presión del mercado fomente las falsificaciones. Las pinturas no son la mayor parte de la economía, pero otras cosas sí lo son. Discutiré el tema del monopolio después (tanto los natrales -como en el caso de las obras de Rembrand- como los artificiales -como los diamantes, que se mantienen artificialmente escasos). Esto se vuelve un problema serio cuando los recursos no renovables son transados por la economía capitalista como si fueran mercancías que pueden producir a gusto (como las ballenas y el petróleo). Así es como el capitalismo opera.

Marx dice que aquello que las mercancías tienen en común es el trabajo. Las personas trabajan para producirlas. Las mercancías pueden ser consideradas como si fueran versiones condensadas del trabajo que contienen. Esto no es todo su análisis del valor o el precio, pero es el principio del mismo.

Marx no desarrolló un argumento elaborado de su teoría del valor trabajo. Para ese entonces, no lo necesitaba. Casi todos los economistas que leyó tenían alguna versión de la teoría del valor trabajo. Marx construyó sobre ellos, pero con significativas modificaciones. Al mismo tiempo, a diferencia de nuestro presente automatizado, la razón entre trabajo humano y máquinas se inclinaba claramente hacia el trabajo humano. Parecía intuitivamente obvio que el trabajo era el que creaba la riqueza, y las teorías sobre la centralidad del trabajo humano en la producción de valor eran usadas por la burguesía para atacar a sus enemigos, la aristocracia terrateniente, tachándolos de parásitos innecesarios.

Con el tiempo, los capitalistas se volvieron la clase dominante y la teoría del valor trabajo fue usada (por Marx y otros) para tacharlos, ahora a ellos, de parásitos innecesarios (y la razón de la maquinaria por sobre el trabajo humano se expandió enormemente). Así es que los economistas (burgueses) profesionales abandonaron la teoría del valor trabajo, primero, por la de la “utilidad marginal” y luego desechando cualquier tipo de teoría del valor. Se apegaron sólo al nivel superficial de los precios e ignoraron los problemas del valor subyacente a estos. De todos modos, la gente de negocios y los empresarios nunca se han preocupado de las teorías del valor.

Del valor al precio

Entonces, el valor es el fundamento del precio monetario (utilizo “valor” y “valor de cambio” como sinónimos, pero también pueden ser diferenciados como valor en tanto puro tiempo-trabajo y valor de cambio como valor que también tiene valor de uso). Al determinar el valor de una mercancía, lo que importa al mercado no es cuánto trabajo contiene un objeto específico, sino cuánto fue el trabajo socialmente necesario para hacerlo. El trabajo se mide más que nada en tiempo, el tiempo que tomó producir algo. Una fábrica que usa maquinaria obsoleta se tardará más tiempo que el socialmente necesario que una planta con maquinaria de punta. La mercancía hecha a la vieja usanza, con más trabajo, no tendrá un precio mayor (o representará más trabajo) que las hechas de manera moderna, con menos trabajo. Los clientes sólo comprarán las mercancías al precio más bajo, por lo que los productos hechos a la antigua tendrán que vender al nuevo precio también. La mayoría de las mercancías se venderán de acuerdo al trabajo socialmente necesario (que siempre es una medida promedio) incorporado en el producto medio ofrecido en el mercado. El trabajo extra utilizado en la producción con viejos métodos de producción se perderá. Además, si se producen más mercancías que las que es capaz de absorber un mercado, el trabajo gastado en hacer estos bienes extras también se perderá y no cuenta.

Es un hecho observable que las mercancías hechas con métodos modernos, que usan menos trabajo, tienden a ser más baratas que antes. Esto a veces se oculta por efecto de otros factores, como el monopolio (temporal) sostenido por los productores más avanzados, pero que es contrarrestado al momento en que otros productores se hacen de la nueva maquinaria. También la inflación general eleva los precios. Las cosas producidas de forma más eficiente con nuevos métodos pueden aumentar de precio de forma más lenta que la tasa general de inflación.

El trabajo que se gasta en un producto tiene un doble aspecto. Por un lado, es “trabajo concreto” que hace un objeto en especifico para un uso específico. El otro aspecto es el de “trabajo abstracto”, una fracción del trabajo total usado por la sociedad, el cual se traduce en valor de cambio (expresado en dinero). Existe una tendencia, por parte de la industria capitalista moderna, de transformar todo el trabajo en trabajo abstracto, a través de la “descalificación” del trabajo individual. Más importante aún, la tendencia del capitalismo es a que toda mercancía hecha ya no es fruto de un artesano en una mesa de trabajo, sino que del el trabajo de una gran cantidad de personas, en cierto sentido, de toda la sociedad. Realmente es imposible decir cuánto entrega cada trabajador individual al producto que ha pasado por toda una fábrica, partiendo por los insumos que ya han sido trabajados por masas de obreros (un punto resaltado por Kropotkin). Cada mercancía en verdad representa una fracción del trabajo total de los trabajadores de la sociedad.

Cuando un capitalista industrial invierte en lo que necesita para producir mercancías, por ejemplo, balones de fútbol, lo que compran se puede dividir en dos categorías. Primero están los insumos que se transformarán en el producto final y las herramientas y máquinas que serán usadas. Luego, está la fuerza de trabajo de los obreros contratados para producir.

La primera categoría (insumos y maquinaria) ya poseen valor, ya que fueron hechas previamente por medio del trabajo. Cuando son usadas en la producción, traspasan su valor a una nueva mercancía. El valor del cuero u otro tipo de recubrimiento se traspasa por completo al balón de fútbol. 5 horas (o $10) de cuero se vuelven parte del balón. Lo mismo ocurre con la gasolina utilizada para hacer andar la maquinaria; también su valor se traspasa totalmente al balón. Las maquinas y las herramientas no traspasan su valor totalmente, ya que no se usan del todo al hacer cada uno de los balones. Pero se gastan parcialmente (se deprecian) cada vez que se utilizan, y éste es el valor que se traspasa a la mercancía. (El capitalista agregará un costo al precio del balón para crear un fondo que le permita comprar nuevas máquinas cuando las viejas se agoten). Como sea, este traspaso de valores no creará valor nuevo, por lo que no genera ninguna ganancia. A esta parte de la inversión se le llama “capital constante”, porque no crea ningún nuevo capital. Éste, a su vez, se divide en los insumos usados y el combustible, el “capital circulante”, y las máquinas y herramientas que sólo se desgastan lentamente, el “capital fijo”.

Pero la fuerza de trabajo de los obreros es diferente. Una vez comprometido, el trabajo de los obreros transforma las cosas. Es lo que cambia el cuero en un balón y añade valor al producto, valor que no existía antes. Es lo que yace al fondo de la producción rentable. Es por eso que se le llama “capital variable”. Capital constante más capital variable dan como resultado los “costos de producción”.

La mercancía más peculiar

Antes de ahondar en la comprensión de la relación entre valor y precio, debo discutir acerca de la rara mercancía que está en el corazón de la producción capitalista. Se trata de la mercancía "fuerza e trabajo", que es la habilidad de trabajar del trabajador. El "trabajo" en sí no es una mercancía, pues es un proceso; los trabajadores se dirigen a los capitalistas, que compran su mercancía, su capacidad para trabajar, para usar sus manos y músculos, sus nervios y cerebros, al servicio del capital. La fuerza de trabajo es una mercancía inusual en muchísimos sentido. Está atada, por decirlo de alguna manera, a seres humanos con mente y conciencia, que deben subordinarlos al proceso de producción. Solo se gasta en forma de trabajo humano, la única forma de crear nuevo valor.

¿Cómo se determina el valor de esta mercancía inusual? De acuerdo a la ley del valor, su costo (expresado en sueldos o salarios) está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario que se usa para producirla. Los economistas políticos clásicos esperaban que el capitalismo disminuyera los sueldos de los obreros a un mínimo biológico: ¿cuánto es necesario para mantener vivos a los trabajadores y para generar una nueva generación de éstos? Éste es un estándar mínimo, el más bajo posible.

Marx agrega que hay también factores culturales, “morales” que los capitalistas tienen que tener en consideración. Por una parte, la industria moderna requiere un nivel de educación y cultura que era innecesaria en los inicios del capitalismo. Por otra, la masa trabajadora de cada sociedad está acostumbrada a un cierto de nivel de comida, vestido, vivienda, cultura y entretenimiento. Estos tienen que ver con la historia del país, que incluye las luchas pasadas para prevenir su rebaja hasta mínimos biológicos.

Algunos trabajadores están mucho mejor calificados que otros, generalmente aquellos que tienen años de capacitación. Entran en esta definición obreros y operarios, pero también muchos profesionales administrativos u oficinistas, que -como el resto de los trabajadores –trabajan colectivamente para jefes que les dan órdenes. Marx plantea que la economía considera el valor de la fuerza de trabajo de éstos últimos medida en un múltiplo del valor general de la fuerza de trabajo no calificada, de acuerdo a sus años de formación. Su trabajo, entonces, equivale un múltiplo del trabajo no calificado. De cualquier modo, el mercado laboral resuelve todas las diferencias de sueldos y salarios, convirtiéndolos en precios monetarios como parte del total de los costos de trabajo de la sociedad capitalista.

Los capitalistas podrán considerar que el estándar de vida de los trabajadores es “muy alto” (esto es, muy costoso en términos de salarios e impuestos para servicios públicos); les gustaría bajar el estándar de vida de la clase obrera, redefinir el valor de la mercancía fuerza de trabajo. Pero los empleadores deben ser precavidos, de forma de no provocar la resistencia de los trabajadores si son atacados de forma muy directa (por otro lado, habrá también capitalistas que venden a mercados internos y que podrán oponerse a disminuir el salario de los trabajadores de otras empresas). Pero cuando la economía llega a una crisis, la clase capitalista sentirá que es necesario atacar el estándar de vida de la clase obrera, es decir, rebajar el valor de la mercancía fuerza de trabajo (en caso de poder).

Este ataque al valor de la fuerza de trabajo de los obreros es lo que ha estado sucediendo en los Estados Unidos y otros países industrializados desde hace muchas décadas. Si no se pudiera realizar por medios pacíficos y “democráticos”, los capitalistas podrían volverse al fascismo para atacar los estándares de vida de los obreros.

Libertad e igualdad bajo el capitalismo

A diferencia de “trabajadores” anteriores, los obreros modernos son “libres” en dos sentidos. El primero es que no son propiedad de un amo o señor, no son esclavos. Pero también son “libres” en el sentido de que no poseen tierra como los campesinos (ni son poseídos junto a las tierras como los siervos), ni talleres ni herramientas, como los artesanos de las eras pre-industriales. Son "libres" de negarse a trabajar, pero en ese caso ellos y sus familias morirán de hambre o, en el mejor de los casos, caerán en los desdichados fondos de la sociedad. Para vivir deben vender su fuerza de trabajo a los dueños de maquinarias, instalaciones y herramientas. De este modo, son integrados a un proceso colectivo de trabajo que llevará a nuevas formas de lucha y a una posible nueva forma de sociedad.

En la superficie, en el mercado, los trabajadores libres se encuentran con los capitalistas como aparentes iguales. Los capitalistas venden sus mercancías de vestido o de lo que fuera a los trabajadores, que las compran con dinero. De forma similar, los trabajadores venden su mercancía, la fuerza de trabajo, a los capitalistas, que les pagan con dinero. Así, los beneficios no son ganados a través del “robo”, sino por un aparente intercambio de equivalentes. Todos son iguales, como deberíamos esperar de la democracia burguesa en la que cada ciudadano se supone es igual al resto, con voto en elecciones sin importar la raza, religión, país de origen o género. Sin embargo, esta igualdad no es más que formal. Como lo señaló Anatole France en 1894, "La ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe tanto el rico como al pobre a dormir bajo los puentes, a mendigar en las calles y a robar el pan”.

Pero una vez que los trabajadores entran a los lugares de trabajo, incluso la igualdad formal se va. Ahora, los capitalistas (o sus administradores) están al mando, dando órdenes, y los trabajadores son los subordinados, siguiéndolas. Independiente de si los trabajadores pueden o no votar en las elecciones de gobierno cada pocos años, dentro de las empresas –y durante la mayor parte de su vida conciente –viven bajo el despotismo. Salvo los pocos que cuentan con sindicatos, no tienen derechos. Pueden ser despedidos en cualquier momento y casi por cualquier motivo (cada año, muchísimos son despedidos por organizarse sindicalmente; este motivo es ilegal pero difícilmente comprobable). Aquí también la crítica a la economía política de Marx ve detrás de esa superficie de igualdad el despotismo capitalista.

Del plusvalor al beneficio

Antes de continuar con la relación entre el precio y el valor subyacente, es necesario discutir la naturaleza del beneficio: ¿de dónde viene?

Una visión común plantea que viene del proceso de venta. Cada capitalista intenta comprar los materiales necesarios baratos y vender caros los productos finales –al punto más alto que el mercado lo permita. Así, los beneficios parecen venir de vender productos a mayor precio que su valor. Si bien esto puede pasar en empresas particulares, no resulta una explicación para toda la clase capitalista. Por cada capitalista que vende un producto a un precio por sobre su valor, hay alguien (un consumidor, u otro capitalista) que está perdiendo dinero al pagar más por él. Esto incluiría al mismo capitalista que compra los materiales necesarios para hacer el producto final. No todos pueden vender mercancías a un nivel mayor que el justificado. La proporción entre las mercancías se mantendría, lo que daría por resultado la inflación de precios, no la creación de beneficios. El beneficio debe venir, entonces, del campo de la producción y no del de la circulación.

Otro abordaje es hecho tanto por economistas burgueses como por economistas de izquierda no-marxistas. Sus respuestas parecen obvias: los beneficios vienen de la expansión de la producción. Combinar tierra, trabajo y capital da como resultado la producción de mayores productos de los que existían previamente. Ese “mayor” es el beneficio.
Supongamos que los trabajadores de una fábrica producen (por ejemplo) 100 pelotas en cinco horas, pero la nueva maquinaria les permite producir 200 en las mismas cinco horas. ¿Esto significa que se genera un beneficio de 100 pelotas extras (es decir, una tasa de 100% de beneficio)? Ciertamente, crea más valor de uso en términos de más pelotas. Pero los capitalistas no están interesados en crear más cosas útiles para la gente. Lo que quieren es mayor valor de cambio (en forma de dinero). Si el doble de pelotas se produce ahora en el mismo periodo de tiempo, cada pelota ahora será más barata que antes, probablemente un 50% más barata. Sin considerar los costos de la materia prima, mientras 100 pelotas solían costar 5 horas de trabajo, ahora 200 cuestan también 5 horas de trabajo. Hay mayor utilidad, pero no mayor valor de cambio; y, por lo tanto, tampoco mayor beneficio.

Para Marx, el beneficio, así como los precios monetarios, tiene su sustento en el tiempo de trabajo. Los obreros trabajan por una cantidad de trabajo dado, digamos 8 horas por día. En un determinado momento, habrán producido mercancías equivalentes a un valor suficiente como para pagar sus salarios, es decir, el equivalente a su mercancía fuerza de trabajo. Después de, digamos, 2 horas, producen la cantidad de pelotas (o lo que fuera) suficientes para, al venderlas, pagar por la comida, el vestido, la vivienda, educación y necesidades culturales de su familia (esto es, el valor de la producción que han producido hasta ahora es igual al valor de su mercancía fuerza de trabajo). Pero no paran de trabajar después de dos horas. Continúan produciendo, con un descanso en las comidas, por 8 horas. Esas horas finales no son pagas: este trabajo lo hacen gratis, de la misma manera en que los esclavos o los siervos trabajan gratuitamente para sus amos. El trabajo adicional produce un valor adicional, el llamado “plusvalor” (“Mehrwert”, en el alemán de Marx).

Es de este plusvalor que los capitalistas se reparten las ganancias de la industria, las de los comerciantes minoristas, el interés de los préstamos bancarios, la renta de las tierras de los terratenientes, los costos de la publicidad, los impuestos que se pagan al gobierno, etc. De este plusvalor vienen los ingresos de la clase capitalista, usados para comprar artículos de lujo y sobre todo para reinvertir en industria -de modo de expandir el capital constante y variable para el siguiente ciclo de producción.

Hay dos formas elementales mediante las cuales los capitalistas pueden aumentar la cantidad de plusvalor que sacan a los trabajadores. Una de ellas, llamada “plusvalor absoluto", consiste en incrementar el largo del día laboral. En tanto el trabajo necesario (es decir, lo que es necesario pagar por la mercancía fuerza de trabajo) sigue siendo el mismo, la cantidad de plusvalía aumenta. Este era el método más usado en los comienzos del capitalismo industrial. Los trabajadores, incluyendo a los niños, trabajaban 12, 14 o más horas por día. Uno de los problemas de esto es que tendía a debilitar físicamente a la clase trabajadora, pagándoles de hecho menos que el mínimo biológico. Sin embargo, este método se sigue utilizando, a través de las horas extra obligatorias en muchas industrias.

El otro método produce “plusvalor relativo”. Sin bajar el monto pagado a los trabajadores, el tiempo empleado para producir el equivalente del salario es disminuido. Esto puede ser logrado al acelerar la cadena de montaje, a través de estudios de productividad (taylorismo), de mejorar la productividad al introducir mejor maquinaria o de otras maneras. Ambos métodos tienen su límite: el primero y elemental es que el día es limitado; ni siquiera Superman podría trabajar más de 24 horas al día. Los simples mortales alcanzarían sus límites biológicos mucho antes que eso, ya sea en jornadas alargadas o de aceleramiento de la producción.

De este modo, el valor de una mercancía individual es el costo del capital constante (creado previamente por el trabajo, ahora transmitido al producto final) + capital variable (el nuevo valor creado por el trabajo y por el que se paga) + plusvalor (el nuevo valor creado por el trabajo por el que no se paga). Esto es cierto tanto para una mercancía individual como para la totalidad de ellas.

Del valor al precio de producción

No obstante, esta concepción acarrea un problema. La tasa de explotación (o tasa de plusvalor) es el cociente de la plusvalía sobre el capital variable. Los capitalistas se preocupan de esto; quieren arrancarles a los trabajadores la mayor cantidad de trabajo posible. Pero de lo que están más preocupados es de la tasa de plusvalor en relación a su inversión (que es igual al capital constante más el capital variable). No les importa, y ni siquiera se dan cuenta de este hecho, que solo el trabajo vivo (el capital variable) puede crear plusvalor.

Imaginemos dos fábricas con el mismo número de obreros trabajando las mismas horas por el mismo pago (esto es, tienen la misma tasa de explotación, de plusvalor y de capital variable). Las dos fábricas producirán la misma cantidad de plusvalor. ¿Ganarán los dos propietarios los mismos beneficios? No necesariamente. Las dos fábricas producen dos mercancías diferentes, que requieren diferentes maquinarias y materia prima. Por tanto, tienen diferentes cantidades de capital constante (trabajo muerto). Una, digamos, tiene mucho y la otra, un poco. Aquí, el “beneficio" lo definimos como el plusvalor en tanto proporción de la inversión total (esto es, costo de producción, siendo éste capital variable + capital constante). El capitalista con la mayor cantidad de capital constante tendrá un beneficio total menor que aquel con menor cantidad de capital constante, incluso aunque la tasa de explotación (plusvalor sobre capital variable) sea la misma.

Sin embargo, esto no es cierto. Los capitalistas industriales no obtienen menores beneficios por usar maquinaria más eficiente y productiva. Si así fuera, no habría incentivo para que los capitalistas invirtiesen en maquinaria mejor y más productiva: la economía se estancaría.

Marx resuelve este dilema de la siguiente manera: la producción industrial que tiene altas tasas de beneficios (por un plusvalor extra o cualquier otro motivo) atrae a otros capitalistas. Estos nuevos capitalistas invierten en la industria rentable y expanden la producción de sus mercancías. Esta competencia conduce a una baja de precios y, por lo mismo, a una baja de beneficios. Eventualmente los beneficios no serán especialmente altos, sino del nivel promedio de beneficios. La misma situación ocurre a la inversa en las industrias con niveles especialmente bajos de beneficios (por requerir grandes cantidades de capital constante o por cualquier otro motivo): los capitalistas se retirarán de dicha industria, o simplemente producirán menos. Con menos mercancías disponibles en el mercado, el precio subirá y del mismo modo lo hará la tasa de beneficio por producto. Eventualmente, esta tasa de beneficios se aproximará a la tasa de beneficios promedio.

La forma en la que esto se resuelve es como si todo el plusvalor producido se fuera a un fondo común y cada productor capitalista tuviera que compartirlo no de acuerdo a su número de trabajadores sino en función del capital invertido (capital constante + capital variable). Marx llama a esto "comunismo capitalista". Hay una tasa de beneficio promedio, que es igual al plusvalor del total de una sociedad sobre el total de capital invertido de la misma.

El valor total de una mercancía es reconceptualizado como el “precio de producción”. Éste incluye el capital variable + capital constante + beneficio promedio. Los precios reales fluctúan debido a las variadas presiones de oferta y demanda en el mercado, pero siempre lo hacen en torno al precio de producción. Los capitalistas no venderán mercancías a un precio menor que el que les costó producirlas (capital constante + capital variable) ni por debajo de la tasa de beneficios promedio (al menos no por mucho). Y venderlas por sobre la tasa de beneficios promedio lo único que hace es atraer a otros a que compitan devaluándolas a través de precios más bajos.

Hay otro factor más que podría influenciar los precios, el monopolio. Si una sola empresa o una pequeña cantidad de ellas dominan una industria por el motivo que fuera, pueden fijar precios sin preocuparse por competidores que vendan a precios más bajos (esto es, en términos de la economía burguesa, son más "precio-decidores" que "precio-aceptantes"). Pueden vender por sobre la tasa de beneficios promedio, obteniendo una cantidad extra de la repartija del total de plusvalor de la clase capitalista. Hay límites para esto también, que se verán cuando desarrolle el Monopolio en capítulos posteriores.

Esta, entonces, es una versión simplificada del concepto de Marx de cómo el valor llega a estar expresado en forma de precios y cómo la plusvalía se expresa en beneficios. Los economistas anti-marxistas centran este tema como un problema central, que llaman el “problema de la transformación”. Marx, por su parte, no ve realmente que el valor tiempo-trabajo se "transforme" en precios monetarios. En lugar de eso, presenta el precio y el tiempo-trabajo como dos formas de expresar el valor. El "precio de producción” es una reconfiguración de los valores de tiempo-trabajo de las mercancías, no una abolición de sus valores.

En tanto texto introductorio, no ahondaré en las objeciones a la teoría del valor de Marx y las respuestas que se han elaborado desde el marxismo (para esto, ver las referencias en el Apéndice). Marx no estaba particularmente interesado en los precios específicos; no era un "microeconomista". Él sostenía que el total de los valores de la sociedad, medidos en tiempo de trabajo socialmente necesario, es igual al total de los precios de la sociedad (un concepto similar al de "Producto Interno Bruto"). Como se mencionó, sostenía que el total del plusvalor es igual al total de los beneficios, y que esto podría ser usado para determinar la tasa de beneficio promedio. Éstos eran sus conceptos claves.

Para Marx, el concepto esencial, definitorio, del capitalismo no es la competencia, la propiedad privada, ni las acciones y bonos, sino la relación capital-trabajo. Por un lado está el capital, como valor auto-expansivo, que tiende (por los conflictos sociales y la competencia) a expandirse y crecer, de modo de acumular aún más valor (si una empresa no se expande continuamente, eventualmente será superada por sus competidores y conducida a la quiebra). El capital está representado por sus agentes, la burguesía y sus administradores. Por el otro lado está el proletariado, aquellos que no tienen nada más que su capacidad para trabajar, sus músculos y cerebros. Éstos venden su fuerza de trabajo a los agentes del capital, que proceden a extraerles la plusvalía a través de hacerles trabajar lo más duro posible y pagarles lo menos posible (al mismo nivel o a un menor nivel del valor de su fuerza de trabajo). Esta es una relación: sin capitalistas no hay proletarios; sin éstos trabajadores modernos, no hay capitalistas.

Dinero

Por supuesto, el valor -cuando está expresado en precios -requiere la existencia del dinero. El dinero es tanto una medida de valor como un depósito de valor. Originalmente, los humanos utilizaban cosas con valor como dinero: reses, semillas de cacao, etc. Luego de una larga historia se decidieron por oro y plata. Éstos son metales raros que son hallados y desenterrados a través del trabajo. Tienen un valor de uso original por su uso en decoraciones, y duran indefinidamente sin oxidarse. Son fáciles de dividir en unidades pequeñas y fácilmente fundibles en unidades grandes, y las unidades pequeñas pueden llegar a representar un valor gigantesco. Como estos metales podían ser adulterados con otros metales, los gobiernos producían monedas oficiales, garantizando el peso y el grado de pureza; luego, los mismos gobiernos comenzarían a estafar con el valor de sus monedas, causando inflación.

En las sociedades pre-capitalistas, el dinero era algo periférico. La mayoría de los objetos eran hechos para uso doméstico o eran intercambiados con los vecinos. Apenas unos pocos productos eran vendidos en el mercado. Sin embargo, bajo el capitalismo, para poder vivir, dependemos de la adquisición de mercancías para cualquier cosa, de parte de cualquier persona y en todo el mundo. El dinero hoy es un intermediario esencial, el “equivalente universal”, que mantiene unida a toda la sociedad en un “vínculo monetario”.

Conforme el capitalismo se fue desarrollando, se volvió un inconveniente para los mercaderes el llevar a cuestas grandes cantidades de metal. Se crearon entonces los bancos, que guardaban el oro; éstos entregaban billetes que podían entrar en circulación y luego ser cambiados por dinero cuando se desease. Éstos billetes eran "tan buenos como el oro”. Hoy en día –saltándonos una larga historia –el Estado emite dinero fiduciario, esto es, papel moneda sin respaldo en oro. Está, de hecho, respaldado únicamente por la confianza de la gente en la salud de la economía. A diferencia del oro (o las cabezas de ganado), tiene un "valor ficticio", mas no un valor intrínseco. Mientras más dinero haya en circulación, menos "valor" tiene cada unidad.

Traducción: Valentín Trujillo y Vladimir Benoit.

La economía de Marx para Anarquistas


Wayne Price
Este es el capítlo 1, introductorio (2º edición), que estoy escribiendo, con el mismo titulo y subtitulo. Este capítulo se centra en por qué podría ser util para anarquistas y socialistas libertarios aprender de la economía política de Marx, a pesar de la historia negativa que recorre a marxistas y anarquistas.

Una introducción anarquista a la Critica de la economía política de Marx
Hoy, el mundo se enfrenta a inquietantes trastornos de carácter político, militar, ecológico, cultural e incluso espiritual. Claramente, esto incluye una profunda crisis económica, que coincide con todos estos problemas, por lo que se vuelve necesario entender la naturaleza de esta crisis, si queremos enfrentarla.
De todas las teorías económicas, las dos escuelas principales son burguesas, en el sentido de que defienden el capitalismo. Tanto la escuela conservadora, monetarista, pro libre-mercado sin restricción alguna, como la liberal/socialdemócrata escuela keynesiana, existen para justificar el capitalismo y aconsejar a los gobiernos cómo manejar la economía capitalista.
La única teoría económica alternativa desarrollada es la de Carlos Marx. Su teoría fue pensada para guiar a la clase obrera en el entendimiento del capitalismo, con el objetivo de acabar con él (razón de porqué llamo a su teoría una “crítica de la economía política”). Otros radicales, particularmente anarquistas, desarrollaron ciertos temas relacionados con la economía tales como la posible naturaleza de la economía post-capitalista. Pero ninguno, aparte de Marx, desarrolló un análisis global de cómo funciona el capitalismo en tanto sistema económico. Por eso me he centrado en la obra de Marx, a pesar de ser anarquista y no marxista (ni economista). Con esto quiero decir que no acepto la totalidad de la perspectiva desarrollada por Carlos Marx y Federico Engels, a pesar de tener acuerdo con parte de ella.
No pretendo originalidad. A lo sumo, el tomar una posición minoritaria ahí donde existen diferentes interpretaciones de la teoría de Marx. Pero me enfoco en su teoría tal cual se expresa en los tres volúmenes de “El Capital”, los “Grundrisse” y algunos otros trabajos, y en la obra de su colaborador y compañero, Federico Engels.
En otras palabras, no abarco toda la teoría marxista, que incluye a los comentadores post-marxistas, algunos de los cuales discrepan en aspectos fundamentales de la teoría de Marx. Por ejemplo, muchos auto-denominados economistas marxistas rechazan la teoría del valor-trabajo de Marx. Más aún, rechazan su ley tendencial a la caída de la tasa de ganancia y otros rechazan la posibilidad del capitalismo de Estado. La mayoría de estos comentadores son, de facto, defensores del capitalismo de Estado (la mayoría de los marxistas demócratas/reformistas apelan al Estado como interventor de la economía, reforzando así el capitalismo. A diferencia de éstos, los marxistas revolucionarios buscan derrocar al Estado tal como existe, creando uno nuevo que reemplace al Estado burgués -mientras mantienen las relaciones capital/trabajo). Como mucho, me referiré a algunos post-marxistas cuando discutamos sobre el imperialismo y la época de decadencia capitalista.
Ha habido muchas versiones de Introducción a la economía marxista, partiendo por el mismo Marx en su “Valor, Precio y Ganancia” y “Trabajo asalariado y Capital”, sin mencionar el vasto número de sofisticados trabajos al respecto. Muy raramente ha existido algo sobre este tema escrito por y para anarquistas u otros socialistas libertarios, y sospecho que puede ser de utilidad hoy.

¿Pueden los anarquistas aprender de Marx?
¿Cómo pueden los anarquistas aprender algo del marxismo? La Primera Internacional se vino abajo a propósito de una dura lucha faccional entre los seguidores de Marx y Bakunin, el fundador del movimiento anarquista. La segunda internacional (Socialista) no dejó que los anarquistas se le unieran. Tras la revolución rusa, el régimen de Lenin y Trotsky arrestó y fusiló anarquistas. En términos generales, el movimiento marxista ha llevado, primero, al reformismo social-demócrata y al apoyo del imperialismo occidental, y en segundo lugar, al genocidio, el totalitarismo y al capitalismo de Estado (mal llamado “comunismo”), el cual finalmente colapsó, volviendo al capitalismo tradicional.
Pero tanto el marxismo como el anarquismo emergieron del movimiento socialista de la clase obrera del siglo XIX. Ambos buscan el fin del capitalismo, las clases, el Estado, la guerra y todo tipo de opresión. Ambos se centran en la clase obrera como el agente revolucionario de cambio, en alianza con los demás sectores oprimidos del pueblo. Sin embargo, los anarquistas rechazan las ideas de Marx sobre de Estado de transición («la dictadura del proletariado»), la nacionalización y centralización de la economía post-capitalista, la estrategia de construir partidos electorales y las tendencias al determinismo teleológico. En cambio, los anarquistas buscaron reemplazar al Estado con federaciones de consejos obreros y asambleas comunitarias, reemplazar al ejército y a la policía con un ejército popular organizado de forma democrática (milicias) y reemplazar al capitalismo con federaciones autogestionadas de fábricas, industrias y comunas, planificadas democráticamente de abajo hacia arriba.
Aún así, muchos anarquistas han expresado su aprecio por la teoría económica de Marx. Esto empezó con Bakunin y continúa hasta hoy, bajo la convicción de que es posible desengancharla de la estrategia política de Marx. Por ejemplo, Cindy Milstein, una influyente anarquista norteamericana, escribió en “El anarquismo y sus aspiraciones”, «Más que nadie, Carlos Marx comprendió el aspecto esencial de aquello que sería la estructura social hegemónica – articulado de la forma más convincente en su Capital…» (2010; p. 21)
Algunos radicales han argumentado que existen dos aspectos del marxismo (esto es, del marxismo de Marx) -y estoy de acuerdo. Un aspecto era libertario, democrático, humanista y proletario; el otro, autoritario, estatista y burocrático. Un lado era científico y otro determinista y pseudo-científico. Desde este punto de vista, el estalinismo totalitario ha usado ambos aspectos del marxismo de Marx, no sólo la centralización y demás aspectos autoritarios, sino también los positivos, libertarios y humanistas, con el objetivo de pintar una cara atractiva sobre su realidad monstruosa, engañando a cientos de millones de trabajadores y campesinos que creían que luchaban por un mundo mejor. Pero, ¿de ahí se sigue que los socialistas libertarios deben rechazar todo el trabajo de Marx, incluso los aspectos positivos?
Desde hace tiempo ha existido una tendencia minoritaria en el marxismo que se ha basado en los aspectos humanistas y democráticos de Marx. Ésta se remonta hasta William Morris, el británico que trabajó con Engels siendo amigo de Pedro Kropotkin, y continúa hasta hoy en el «autonomismo» marxista. La versión de la economía marxista que he aprendido fue fuertemente influenciada por la «Tendencia Johnson-Forrest» (C.L.R. James y Raya Dunayeskaya) y Paul Mattick (del «comunismo de consejos»)
No estoy diciendo que estos marxistas libertarios tengan la interpretación correcta del marxismo, en oposición al autoritarismo marxista-leninista. Sólo estoy señalando, empíricamente, que es posible para algunos combinar la economía marxista con una política que es esencialmente igual al anarquismo. De ahí que llegue a la conclusión de que es posible para el anarquismo aprender de la crítica a la economía política de Marx.

¿Era Marx un plagiador?
Hay todavía otra cuestión sobre la economía política de Marx que es a veces señalada por anarquistas. Hay quienes sostienen que Marx no inventó su teoría, sino que aprendió la mayor parte de ella de otros pensadores, entre los cuales figura Pierre-Joseph Proudhon, la primera persona autoproclamada “anarquista”. Este grupo acusa a Marx de plagiador.
No hay duda de que Marx hizo un riguroso estudio de pensadores que teorizaron antes que él, incluyendo a economistas políticos burgueses y escritores socialistas. Sus escritos, los que fueron publicados y los que no, admiten a menudo una lectura de diálogos entre él y economistas anteriores (por ejemplo, en sus “Teorías del plusvalor”, el “cuarto volumen” de “El Capital”); esta es otra faceta de su referencia a una “crítica a la economía política”. Marx afirmaba ir más allá que ellos, pero jamás negó que construyó sobre la base de pensadores anteriores. Respetaba a algunos economistas políticos (particularmente a los de la línea que va desde Adam Smith hasta David Ricardo) y a otros los despreciaba (los apologistas puros, a los que se refería como «el pugilato pagado»).
Cuando Marx y Engels leyeron por primera vez a Proudhon, y luego lo conocieron en Francia, quedaron impresionados. A partir de su experiencia como trabajador artesanal, Proudhon había desarrollado una crítica al capitalismo y un concepto de socialismo. Los dos, jóvenes radicales de clase media, aprendieron de él. En “La Sagrada Familia” (el primer libro realmente “marxista”), Marx y Engels comentan el libro de 1840 ¿Qué es la propiedad? de Proudhon:
«Proudhon hace una investigación crítica -la primera investigación resuelta y firme a la vez que científica –de las bases de la economía política, la propiedad privada. Ése es el gran avance científico que ha hecho, un avance que revoluciona la economía política y hace por primera vez una ciencia real de la economía política» (citado en Foster, 2000; p. 12).
Más tarde, Marx y Engels se vuelven adversarios políticos y teóricos de Proudhon. Marx atacó las opiniones de éste en “La miseria de la filosofía”, así como Engels lo hizo en “La cuestión de la vivienda”. No entraré en los asuntos teóricos planteados allí; creo que Marx y Engels aprendieron de Proudhon y se desarrollaron más allá de él en determinadas maneras. Bakunin afirmaba,
«No hay duda alguna que en la crítica implacable que Marx ha hecho de Proudhon hay mucho de cierto. … Proudhon seguía siendo un idealista y un metafísico. Su punto de partida es la idea abstracta del derecho; del derecho pasa al hecho económico mientras que el Sr. Marx, a diferencia de Proudhon, ha expresado y demostrado la indudable verdad, (…) de que el factor económico ha precedido siempre y sigue precediendo al derecho jurídico y político. La exposición y demostración de esa verdad constituye unas de las principales contribuciones de Marx a la ciencia». (Leier, 2006: p.256).
Aparte de su teoría económica, Proudhon se oponía a la huelga y a los sindicatos (y ni hablar de una revolución de la clase obrera). Pero también elaboró el concepto de socialismo federalista y descentralizado, contrario al estatismo centralista de Marx, que sería importante en el desarrollo del anarquismo revolucionario.
Sin embargo, toda la discusión es un sinsentido. La cuestión fundamental debería ser si la teoría económica de Marx es una buena teoría, útil para la comprensión de la economía capitalista y útil para desarrollar reacciones políticas a ella. Lo mucho o no que Marx aprendió de otros es irrelevante. Si obtuvo buenas ideas de Proudhon, bien por él.

¿Crítica a la economía política?
Hay cierta disputa acerca de si hablar de «economía de Marx», «economía política de Marx», o «crítica de Marx a la economía política». Sobre la primera, Marx discute la producción y distribución de mercancías y otros tópicos que son temas recurrentes que abordan textos sobre «economía». Al mismo tiempo, sus objetivos e intereses eran completamente opuestos a los de los de los economistas burgueses: no hacer funcionar mejor el sistema, sino derrocarlo.
En cuanto a «economía política», este era un término tomado de Aristóteles, quien distinguía entre la «economía doméstica» (del hogar y la hacienda) y la «economía política» (de la polis, la comunidad). Los economistas burgueses anteriores a Marx habían tomado ese concepto. Conectaban su análisis de la economía con el rol de las clases y el Estado. A muchos radicales modernos les gustaba usar el término en función de enfatizar que integraban la producción y el consumo al rol del Estado y de la totalidad de la sociedad. Sin embargo, el mismo Marx generalmente usaba «economía política» como un sinónimo de economía burguesa.
Marx prefería usar la frase «crítica a la economía política». Era el título o subtítulo de gran parte de sus libros (incluyendo “El Capital”). El término «crítica» quiere decir «análisis crítico», es decir, examinar los aspectos positivos y negativos de algo en sus interacciones. Él era el enemigo político de los economistas políticos, a pesar de lo mucho que respetaba a unos pocos por su perspicacia. Era el oponente del sistema que examinaba y exponía. Algunos marxistas hoy en día prefieren decir que están profundizando la «crítica a la economía política». Sin embargo, ésta parece una frase larga y, de alguna forma, extraña.
En lo personal, uso los tres términos, pero es fundamental tener en cuenta que lo que estamos haciendo es un ataque a la teoría económica burguesa y a la economía capitalista. En un sentido muy real, “El Capital” por completo era una justificación para lo que Marx había escrito como conclusión del “Manifiesto Comunista”: «Los proletarios no tienen nada que perder, como no sean sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!», y para lo que escribió como primera “regla” de la Primera Internacional, «La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos».

* El capítulo 2 discutiría el método de Marx, la teoría del valor-trabajo y la naturaleza del plusvalor.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Organización anarquista, no vanguardismo leninista


 Wayne Price

¿Por qué es necesaria una organización anarquista pero no un partido de vanguardia?
Hoy en día pocas personas son anarquistas revolucionarios. La gran mayoría de la gente rechaza el anarquismo y toda clase de radicalismo (si es que siquiera piensa en ello). Para los que somos anarquistas, la relación entre la minoría revolucionaria (nosotros), y la mayoría moderada y (todavía) no revolucionaria es una cuestión clave. ¿Debe la minoría revolucionaria esperar a que las Leyes de la Historia hagan que la mayoría (o al menos la clase trabajadora) se vuelva revolucionaria, como algunos proponen? En ese caso, la minoría no tiene que hacer prácticamente nada. ¿O acaso la minoría radical tiene que organizarse para difundir sus ideas liberadoras, cooperando con el proceso histórico? Si es así, ¿debe la minoría revolucionaria organizarse de manera verticalista y centralizada, o puede en cambio organizarse como una federación radicalmente democrática, consistente con su objetivo de libertad?
La tendencia más excitante hoy en la izquierda es quizás el crecimiento del anarquismo organizador clasista. Esto incluye al plataformismo internacional, al especifismo latinoamericano, y a otros elementos (el plataformismo se inspira en la Plataforma Organizativa de la Unión General de Anarquistas, de 1926; en Skirda, 2002). Incluso algunos trotskistas observaron que “el plataformismo es una de las corrientes más a la izquierda dentro del anarquismo contemporáneo” (International Bolshevik Tendency, 2002; p. 1).

Para el anarquismo organizador clasista, la organización de los anarquistas según sus creencias es un principio central. Esto se aplica en particular a los que concuerdan con un programa de revolución social antiautoritaria llevada a cabo por la clase obrera internacional y todos los oprimidos. Deberán por lo tanto organizar una asociación voluntaria específicamente anarquista. Se estructurará como una federación democrática de grupos más pequeños. Dicha organización producirá literatura política y trabajará para difundir sus ideas. Con unidad programática y táctica, sus miembros participarán en asociaciones más amplias y heterogéneas, como sindicatos, organizaciones comunitarias, grupos antiguerra y, cuando surjan en un período revolucionario, consejos obreros y comunitarios. Estas organizaciones anarquistas no serán “partidos”, porque no buscarán tomar el poder para sí mismas. Buscarán liderar a través de las ideas y del ejemplo, sin dominar o apoderarse de las organizaciones populares, y sin tomar el poder estatal.
Este enfoque (resumido más arriba de manera condensada) ha sido atacado por dos lados. De un lado están los anarquistas anti-organizadores (incluidos los individualistas, primitivistas y “post-izquierdistas”, entre otros). A lo sumo éstos aceptan colectivos locales, con la asociación más laxa entre sí (una “red”). Han denunciado al anarquismo organizador como un intento de construir nuevos partidos autoritarios, esencialmente leninistas. Los verdaderos leninistas también lo han denunciado por no ser leninista. El único trabajo extenso de los leninistas sobre el tema (Platformism & Bolshevism, de la I.B.T. trotskista, 2002) declara que hay “un abismo político entre la Plataforma de 1926 y el bolchevismo” (p. 2). Los plataformistas, dice el texto, son “demasiado anarquistas para los bolcheviques, y demasiado “bolcheviques”  para los anarquistas” aunque “el grado de separación del plataformismo respecto de su herencia libertaria ha sido sobreestimada por sus críticos anarquistas” (p. 3).

Según los autores, la única solución es adoptar el partido centralizado leninista de vanguardia y el estado dictatorial de los trabajadores. Los anarquistas anti-organizadores y los leninistas coinciden en que una organización revolucionaria radicalmente democrática, no autoritaria y federada es imposible.

Los trotskistas señalan que los movimientos anarquistas fracasaron invariablemente en su objetivo de lograr una sociedad libre. Ellos sostienen que las únicas revoluciones exitosas fueron dirigidas por partidos de tipo leninista. La réplica obvia de los anarquistas es que estos “éxitos” leninistas resultaron en estados totalitarios monstruosos que asesinaron a decenas de millones de trabajadores y campesinos. Los anarquistas desean derribar el capitalismo sin terminar en “éxitos” de ese tipo. (Asimismo, todas las variedades de leninismo fracasaron completamente en alcanzar el objetivo principal de Marx y Lenin, una revolución de la clase obrera en los países industrializados e imperialistas). De todas maneras, esto plantea una pregunta válida: ¿cómo puede el anarquismo evitar repetir su historia de fracaso y derrota? ¿Cómo podemos derribar el capitalismo mundial sin crear estados de tipo stalinista? El anarquismo organizador fue desarrollado precisamente para lidiar con este problema.
Hay disputas similares respecto de formar organizaciones tanto entre los marxistas libertarios (o autonomistas) como entre los anarquistas. Aparentemente, esto tuvo incidencia en la división entre C.L.R. James y Raya Dunayevskaya. También fue un problema en el movimiento del Comunismo de Consejos, con teóricos diferentes defendiendo perspectivas distintas. En el grupo Socialisme ou Barbarie de la segunda posguerra francesa, hubo una división entre Cornelius Castoriadis, quien adoptó una posición organizadora, y Claude Lefort, quien adoptó una posición anti-organizadora.
En este ensayo, reseñaré los argumentos anarquistas a favor de alguna forma de organización política, incluyendo el debate histórico entre los anarco-sindicalistas y los anarco-comunistas. Reseñaré posteriormente una crítica anarquista al partido leninista. Revisaré la revolución rusa para demostrar que la necesidad de una centralización leninista es un mito. El partido bolchevique dirigió la revolución rusa cuando los bolcheviques eran más parecidos a una federación anarquista.
La organización política revolucionaria anarquista 
Muchos anarquistas parecen creer que un buen día la mayoría de la gente comprenderá la inutilidad de una sociedad autoritaria. Todos juntos, como una sola persona, en un momento dado, abrirán los ojos ante su alienación, se pondrán de pie y recuperarán su sociedad. Este enfoque es a veces denominado “espontaneísmo”. Desgraciadamente las cosas no funcionan así. En general, a largo plazo, la gente se radicaliza de forma heterogénea. En épocas conservadoras, la gente se vuelve revolucionaria en números reducidos. A medida que la situación se radicaliza, se hacen revolucionarios grupos y núcleos enteros. Luego, a medida que la situación avanza hacia un período de radicalización, capas enteras se hacen revolucionarias. Finalmente, en períodos de rebelión, poblaciones enteras se sublevan. Pero muchos, o las personas recientemente radicalizadas, no han reflexionado sobre sus objetivos o estrategias. Suelen estar llenos de energías, pero confundidos e inseguros, hasta que logran ordenar sus ideas a través de la experiencia. En estos períodos, los reformistas pueden fácilmente desviarlos hacia un regreso a las antiguas costumbres, y los grupos autoritarios pueden instalar nuevos gobernadores. Esto ha sido demostrado por la triste historia de las revolucionas posteriores a la segunda guerra mundial en Europa y el Tercer Mundo. Más recientemente, hemos visto los lamentables resultados de la revolución iraní, que puso a los ayatolás en el poder, o el caso de la Argentina, donde la rebelión de masas produjo tan sólo un régimen capitalista un poco más de izquierda (pero las luchas en Argentina y el resto de América Latina aún no han terminado).
A medida que grupos y capas de trabajadores y otros grupos se radicalizan, tienen la oportunidad de organizarse para difundir eficazmente sus ideas entre el resto de la población aun no radicalizada. Esto no contradice la auto-organización del conjunto de la población oprimida. Es una parte integral de esta auto-organización.
Muchos grupos se organizarán siguiendo líneas autoritarias (reformistas, o para una nueva dominación revolucionaria). Esto es inevitable, ya que el autoritarismo es todo lo que conocemos. Pero es posible que algunos se organicen en direcciones libertarias, igualitarias y cooperativas, es decir, que se hagan anarquistas u otro tipo de anti-autoritarios. Esto es de vital importancia para no repetir la desastrosa historia de derrotas de las revoluciones de los trabajadores.
Una organización política ayudará a los anti-autoritarios a hablar entre sí, a educarse entre sí, a desarrollar su teoría, sus tácticas y su estrategia, su análisis de lo que está pasando y de qué hacer al respecto, y su visión de cómo podría ser una sociedad socialista. Podrán debatir lo que aprendieron de otras personas y lo que pueden enseñar a otros. Ser parte de una organización puede ayudarlos a resistir la influencia conservadora y desmoralizante del resto de la sociedad. Algo así como lo que decía el anarquista Paul Goodman, “Alcanza con buscar y hacer una banda, doscientas personas ideológicamente afines, para saber que uno está cuerdo y que el resto de la ciudad está desquiciada” (1962; p. 17).

Aquí la cuestión es la relación entre la minoría que llegó a conclusiones revolucionarias, y la mayoría que, la mayor parte de las veces, no es revolucionaria, salvo en períodos revolucionarios. (¡El hecho de que la mayoría se haya vuelto revolucionaria es lo que, por definición, hace que un período sea revolucionario!). Los anarquistas espontaneístas y anti-organizadores no ven esto como un problema: niegan su existencia. Para ellos, incluso hablar de una minoría revolucionaria es ser autoritario. Niegan la realidad. Sólo es posible contrarrestar los peligros del autoritarismo si admitimos que éste puede surgir de la separación entre una minoría revolucionaria y la mayoría. El anarquismo organizador es una forma de lidiar con esta separación, es una forma de superarla a través de la política práctica, una vía distinta del leninismo.
Una federación revolucionaria anarquista tendrá dos tareas entretejidas, dentro de las organizaciones populares más amplias. Una es luchar contra todas las organizaciones autoritarias que surgirán inevitablemente: stalinistas, socialdemócratas, liberales, fascistas, etc. Todos ellos tratarán de minar la confianza de los trabajadores y la iniciativa popular.
Argumentaremos contra estas agrupaciones, lucharemos contra ellas, y alentaremos a los trabajadores, mujeres, minorías raciales y nacionales, etc., para que tengan confianza en sí mismos, para que tomen el poder para sí mismos, y cuenten con sí mismos, no con algún salvador venido de arriba.
La otra tarea entrelazada es hacer alianzas con todas las personas y grupos con que sea posible, con cualquiera que vaya en nuestra dirección. Nadie tiene todas las respuestas. Por ejemplo, en la enorme sociedad de Estados Unidos, es improbable que una sola organización (“vanguardista”) tenga todos los mejores militantes y todas las ideas correctas. Los anarquistas revolucionarios deberán estar preparados para hacer frentes unidos con cualquier grupo que se desarrolle en una dirección anti-autoritaria.
Muchos de estos problemas fueron planteados en el Congreso Anarquista Internacional de Amsterdam, en 1907. Estuvieron presentes cerca de ochenta anarquistas de Europa, América del Norte y del Sur y otras regiones, incluyendo figuras muy conocidas de la época, como Emma Goldman. Entre otros temas discutidos, Pierre Monatte, un anarco-sindicalista francés, urgió a los anarquistas a ingresar a las uniones [sindicatos], para ayudar en su organización y construcción. Argumentó que éste era el camino para que los anarquistas salieran de sus pequeños círculos aislados, y abandonaran rebeliones sin sentido y (en algunos casos) el terrorismo. Según Monatte, de esta manera los anarquistas podrían entrar en contacto con los trabajadores y participar en sus vidas y sus luchas.
Hablando en contra de él se encontraba el anarco-comunista italiano Errico Malatesta. (Estas etiquetas llevan a la confusión, ya que los anarco-sindicalistas coinciden en que su objetivo es el comunismo anárquico, mientras que los anarco-comunistas coinciden en que los sindicatos son valiosos). Estaba de acuerdo con que era importante que los anarquistas participasen de los sindicatos. Pero objetaba la idea implícita de que los anarquistas debían, en efecto, disolverse dentro de los sindicatos. Malatesta advirtió que esto era peligroso porque los sindicatos, por su misma naturaleza, tenían que atraer trabajadores con una gran variedad de niveles de conciencia, conservadores y socialistas de estado así como anarquistas. Asimismo, el trabajo de los sindicatos era negociar mejores condiciones de trabajo y salario bajo el capitalismo, siempre que no hubiese una situación revolucionaria. Es decir, los sindicatos tienen que adaptarse tanto a la conciencia más conservadora de la mayoría de sus miembros, como a las necesidades prácticas del mercado capitalista. Por lo tanto, Malatesta y otros concluyeron que los trabajadores anarquistas debían también organizarse en organizaciones específicamente anarquistas, para luchar por las ideas anarquistas. Ellos trabajarían dentro y fuera de los sindicatos, ocupándose no sólo de cuestiones sindicales, sino también de toda lucha contra la opresión de cualquier sector.
(Llamativamente, muchas personas de izquierda conocen en detalle el debate de Lenin con los “economistas”, marxistas que querían concentrarse únicamente en la organización de sindicatos- como lo consigna Lenin en ¿Qué hacer?. Pero no saben nada sobre el debate Malatesta-Monatte, que abarcó el mismo período. Los trotskistas de la I.B.T. observan, con aparente sorpresa, “los plataformistas tienen antecedentes de participación en las luchas por extender y defender los derechos democráticos. Esto demuestra una comprensión relativamente sofisticada de cómo opera el estado capitalista y es congruente con el ¿Qué hacer? de Lenin” [2002, p. 14].)
Monatte estaba en lo correcto acerca del valor del ingreso de los anarquistas a los sindicatos. Con este enfoque, los anarquistas terminaron con su aislamiento y lograron una gran influencia entre los trabajadores y otros grupos. Pero Malatesta tenían igualmente razón.
Los otrora militantes sindicatos franceses (la C.G.T.) se volvieron conservadores. Lo único que los altos jefes de los sindicatos conservaron de su anarquismo original fue un deseo de mantener a los sindicatos separados de los partidos socialistas. Cuando se desencadenó la primera guerra mundial, los sindicatos franceses apoyaron la guerra y al gobierno. Monatte se hizo opositor a la burocracia de los sindicatos y a su proimperialismo.
Los anarco-sindicalistas sabían lo que había pasado en Francia y vieron tendencias similares en los sindicatos españoles (la C.N.T.). A diferencia de los anarco-sindicalistas franceses, los españoles se organizaron en una federación específicamente anarquista, la F.A.I., dentro de la C.N.T. Lograron batir en retirada a la tendencia reformista y burocrática (y luego a los comunistas). Más allá de sus eventuales errores, en esta cuestión la F.A.I. sigue siendo un ejemplo para los anarquistas organizadores.
El partido leninista
Como es sabido, el concepto de partido es fundamental para el leninismo. Éste ha sido definido de varias maneras. El documento central del trotskismo (una variante del leninismo) es el Programa de transición. Su primera oración y concepto fundamental- es, “La situación política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por una crisis de la dirección del proletariado” (1977, p. 111). Es decir que el problema principal no es el conservadurismo de las masas de trabajadores, porque en nuestra época los trabajadores y los oprimidos se han alzado contra el capitalismo de tanto en tanto. El problema es que los socialdemócratas, liberales, stalinistas y nacionalistas, son los líderes establecidos y respetados. Estas elites llevan a los trabajadores a alguna versión de la antigua opresión. Lo que se necesita entonces es construir una nueva dirección, un partido comprometido con un programa revolucionario de palabra y de hecho, que pueda ganarse el apoyo de la mayoría de los trabajadores y oprimidos.

La ventaja de esta concepción es que dice a la minoría revolucionaria que no culpe a los trabajadores por el fracaso de la revolución. Esto no niega que la conciencia no revolucionaria de la mayoría de los trabajadores sea un problema. Pero lamentarse del “atraso” de la mayoría es tan incoherente como idealizar a los trabajadores. La decadencia del capitalismo llevará repetidamente a la clase obrera a rebelarse. La tarea de la minoría revolucionaria es desarrollar su propia teoría, análisis, estrategia, táctica, y una práctica real.
La desventaja de esta concepción de liderazgo es que se presta a considerar a la dirección como lo más importante. De este modo, se busca reemplazar a los líderes malos por los líderes buenos, a los partidos malos por el partido bueno, esto es, el partido con las ideas correctas. En lugar de concentrarse en agitar al pueblo, alentando su independencia y autonomía, esta perspectiva implica que todo lo que se necesita es llevar a los dirigentes adecuados al poder. En los casos más lamentables, el partido se convierte en un substituto de la clase obrera.
Los leninistas conciben al partido como una organización centralizada bajo centralismo democrático. Esto se basa en su visión del socialismo, entendido como una economía centralizada dirigida por un estado centralizado. Para alcanzar este objetivo y dirigir la economía centralizada y estatizada es necesario un partido centralizado. En teoría el estado y el partido “se desintegrarán” (algún día), pero la economía permanecerá centralizada, y en una escala mundial, nada menos. La idea misma es una pesadilla burocrática.
El “centralismo” no es sólo coordinación, unificación o cooperación. El centralismo (“democrático” o de otro tipo) significa que todo está dirigido desde un centro. Manda una minoría. Como lo dijo Paul Goodman, “En una empresa centralizada la autoridad es vertical. La información se reúne abajo en el campo y es procesada para luego emplearse en niveles superiores; las decisiones se toman en las sedes centrales; las políticas, agendas, y procedimientos estandarizados se transmiten hacia abajo por una cadena de mando. El sistema se ideó para disciplinar ejércitos; para llevar registros, cobrar impuestos, y para funciones burocráticas; y para la producción en masa. (1977, pp. 3-4). Este es el modelo básico de la sociedad capitalista, y el partido leninista la mantiene. Este es el estado en embrión, la relación capital/trabajo en práctica.
Sin duda, una federación anarquista también tiene cierto grado de centralismo, es decir que la organización en conjunto asigna ciertas tareas específicas a grupos e individuos específicos. Estos grupos centrales son elegidos, y son revocables en todo momento, con una rotación de tareas entre los miembros. Por definición, una federación equilibra la centralización con descentralización: la centralización mínima indispensable, y toda la descentralización posible en la organización anarquista.
Entre los leninistas, el partido centralizado está justificado filosóficamente. Se supone que el partido conoce la Verdad, el “socialismo científico”. El partido es considerado como la encarnación de la conciencia del proletariado. La conciencia del proletariado no es lo que el proletariado realmente cree, sino lo que debería creer, lo que tiene que creer, y que solamente el partido conoce con seguridad. Por lo tanto, el partido no tiene nada que aprender de nadie ajeno a él. La dirección del partido es probablemente la más entendida en cuanto a la verdad. Por lo tanto, el partido debe ser centralizado, con una dirección central estable. Ella lleva “la carga del hombre brillante”1 (Landy, 1990, p. 5). El partido -o sus altos dirigentes- es la “vanguardia”.
No quiero protestar por definiciones de palabras, cuando lo que importa son los conceptos. Algunos anarquistas utilizaron la palabra “vanguardia” para describirse. Usaron el término para expresar que estaban creando pensamiento político de avanzada, y que eran los revolucionarios más extremos, la izquierda de la izquierda. Usaron “vanguardia” del mismo modo en que los artistas usan el término francés “avant-garde”, esto es, aquellos al frente de las nuevas ideas. Pero “vanguardia” designa hoy no sólo a un grupo que tiene ideas propias, la minoría revolucionaria. Designa a los que creen que tienen todas las respuestas y que tienen por lo tanto el derecho a dirigir al resto. Esto es lo que los anarquistas rechazan.
Por ejemplo, el panfleto de la I.B.T. argumenta que los bolcheviques estaban en lo correcto al mantener una dictadura de partido único en los inicios de la Unión Soviética (cuando Lenin y Trotsky estaban en el poder). Esto es correcto, dicen, a pesar de que la mayoría de los trabajadores (por no hablar de los campesinos) ya no los apoyaba. Si hubieran permitido elecciones libres en los soviets, los trabajadores y los campesinos los habrían echado, votando a los social-revolucionarios de izquierda (populistas), a los mencheviques, o a los anarquistas. Éstos, sostienen, habrían capitulado ante el capitalismo y permitido el surgimiento de un protofascismo. Cierto o no, los trotskistas justifican que gobierne una dictadura de un partido minoritario, porque el partido sabe qué es lo mejor para el pueblo. Sin embargo, este enfoque no llevó al socialismo, sino al stalinismo, la contrarrevolución a través del partido. El stalinismo fue casi tan brutal como el nazismo. Según el panfleto de la I.B.T., hacia 1924 el partido bolchevique ya no era revolucionario, poco tiempo después de la revolución de 1917. Concluyo, por lo tanto, que hubiese sido mejor para los bolcheviques ceñirse a la democracia revolucionaria de los soviets originales, incluso si esto significase perder el poder. Nada podría haber sido peor que lo que sucedió.
 El mito de la revolución bolchevique 
Generalmente, se cree que la revolución rusa demuestra la necesidad de un partido centralizado, verticalista, de estilo bolchevique. Sin este tipo de partido, se sostiene, no habría habido una revolución socialista. Por lo tanto, es hoy necesario construir partidos de este tipo. Este argumento es mayormente mitológico.
En el exilio europeo, Lenin había construido un cuerpo centralizado de cuadros profesionales, pero éstos no controlaban en absoluto a las bases reales del movimiento marxista del imperio ruso. El movimiento socialista había sido afectado por la represión zarista, y por las luchas entre facciones internas, que originaron rupturas como la de los mencheviques, tan sólo la más conocida. Murray Bookchin resumió: “El partido bolchevique fue una organización ilegal durante la mayor parte de los años que precedieron a la revolución. El partido fue constantemente destruido y reconstruido, con el resultado de que, hasta la toma del poder, nunca se cristalizó en una maquinaria plenamente centralizada, burocrática y jerárquica. Más aun, se vio acribillado por facciones hacia la guerra civil.” (1986, p. 220).
Hal Draper, una autoridad en Marx y Lenin, hizo observaciones similares “Los pasos previos para un partido de masas habían sido dados en Rusia no bajo la forma de sectas, sino de círculos locales de obreros, que siguieron siendo amplios y formaron asociaciones regionales amplias. Las organizaciones asociadas en Rusia eran grupos partidarios locales y regionales, que podían tener simpatías en parte bolcheviques y en parte mencheviques, o podían cambiar su apoyo de un grupo a otro de vez en cuando, etc. Cada vez que tenía lugar un congreso del partido o una conferencia, cada grupo partidario tenía que decidir si asistir a uno u otro, o a los dos. Los miembros individuales de un partido en Rusia, o los grupos partidarios, podían decidir distribuir el periódico de Lenin o el de los mencheviques, o ninguno de los dos, muchos prefirieron órganos no-facciosos  como el que Trotsky creó en Viena; o podían usar las publicaciones bolcheviques que más les gustaban, más otras de los mencheviques u otros grupos, sin ningún tipo de constricción. (1971, pp. 7-8).
El papel de los bolcheviques en el derrocamiento del gobierno provisional capitalista ha sido cuidadosamente estudiado por Alexander Rabinowitch (1976, 1991). Mediante un estudio de las memorias tempranas de los activistas bolcheviques y una lectura de los periódicos bolcheviques de la época, llegó a la conclusión de que  “la casi monolítica unidad y disciplina de hierro del partido bolchevique en 1917 son en gran parte un mito” (1991, pp. viii-ix). El comité central del partido no logró controlar a muchas organizaciones regionales y locales, y generalmente tampoco lo intentaba. Incluso en lugares centrales como Petrogrado y Moscú, había cuerpos bolcheviques relativamente autónomos que crearon sus propios periódicos y se dieron sus propias políticas inmediatas. En el comité central había militantes con voluntad firme, que pelearon por sus opiniones, a veces ignorando la disciplina partidaria. Mientras tanto, el partido se había abierto a decenas de miles de nuevos miembros obreros, que sacudieron considerablemente a la organización. Cuando Lenin regresó a Rusia, confió en esta nueva base para anular las políticas conservadoras de los antiguos bolcheviques. Rabinowitch llegó a la conclusión de que estas divisiones “descentralizadas e indisciplinadas” (p. ix) causaron algunas dificultades, pero en términos generales fueron de vital utilidad.  “La flexibilidad organizativa de los bolcheviques, su carácter relativamente abierto y receptivo, habrían de ser una parte importante de la fuerza y habilidad del partido para tomar el poder. (1991, p. xi).

La creación del partido centralizado y monolitico se llevó a cabo después de la revolución, durante la guerra civil contra los Blancos contrarrevolucionarios. Cuando terminó la guerra civil en 1921, los bolcheviques sofocaron la revuelta en la fortaleza naval de Kronstadt y derrotaron a la oposición interna del partido, dos manifestaciones que reclamaban más democracia obrera. Lenin persuadió a los bolcheviques (ahora Partido Comunista) de que prohibieran todas las camarillas y facciones internas (Trotsky estuvo de acuerdo).  “Los bolcheviques tendieron a centralizar su partido al grado de aislarse de la clase obrera”. (Bookchin, 1986, p. 221). El partido se hizo aun más burocrático e internamente represivo con la victoria de Stalin en 1924.

¡El partido bolchevique hizo la revolución rusa cuando éste se parecía más a una federación anarquista! El partido centralizado y monolítico no fue el partido de la revolución, sino el de la contrarrevolución. Los partidos leninistas autoritarios que hicieron las revoluciones china, vietnamita, yugoslava y norcoreana tuvieron por modelo al partido de la Unión Soviética stalinista. Mao y otros querían un partido que creara un similar régimen totalitario de capitalismo de estado.
Hay otro aspecto mitológico de la imagen corriente de la revolución rusa y del partido bolchevique. Es la idea de que fueron los bolcheviques por sí mismos quienes derrocaron al gobierno provisional. Eso no es cierto. La toma del poder original fue llevada a cabo por un frente unido del partido bolchevique, los social-revolucionarios de izquierda y los anarquistas. Los bolcheviques jugaron un papel dirigente a causa de la debilidad de los otros dos grupos, pero no podrían haber actuado solos. Los social-revolucionarios de izquierda eran los herederos del populismo campesino ruso, con un programa socialista libertario. A diferencia de los bolcheviques, tenían apoyo entre los campesinos. Su debilidad fueron sus enredos con el ala derecha del partido, de la que comenzaron a separarse tan sólo en 1917. Los anarquistas eran activos en las ciudades principales y en muchas industrias. Los anarco-sindicalistas fueron importantes en la construcción de consejos de fábrica. Desgraciadamente, los anarquistas estaban divididos en varias tendencias, y fueron superados por el mayor grado de organización de los partidos políticos. (Los anarco-sindicalistas parecen haber estado mejor organizados que los anarco-comunistas, en términos de creación de periódicos y difusión de sus opiniones).
Los social-revolucionarios de izquierda y los anarquistas concordaron con los bolcheviques en la necesidad de derrocar al gobierno provisional burgués y reemplazarlo por los soviets. Todos cooperaron en el comité militar, dirigido por Trotsky, que derrocó al gobierno provisional. Los social-revolucionarios de izquierda formaron luego un gobierno conjunto con los bolcheviques en los soviets. Los anarquistas participaron de los soviets y apoyaron generalmente las políticas de los bolcheviques y social-revolucionarios de izquierda. El fin de este frente unido fue un paso importante hacia la dictadura de partido único de los comunistas. (El desarrollo de este proceso es demasiado confuso para exponerlo aquí). En 1921, además de prohibir las facciones dentro del partido comunista, Lenin y Trotsky también exigieron la prohibición final de todos los demás partidos, por más dispuestos que estuvieran a apoyar al socialismo. La dictadura monolítica y centralizada de partido único acababa de ser creada, aunque pasó por algunas etapas más antes de que Stalin la perfeccionase completamente. Pero no fue así como se hizo la revolución.
Conclusión 
Más allá de sus logros, el anarquismo fracasó repetidamente en sus intentos de crear una sociedad cooperativa libre. Las revoluciones influenciadas por los anarquistas han sido derrotadas, o “triunfaron” al ser controladas por los estatistas. Hoy hay un rebrote del anarquismo a escala mundial. Muchos militantes tienen sus expectativas puestas en la tendencia organizadora y clasista del anarquismo histórico, como la expresaron Malatesta, los plataformistas, la F.A.I., y los especifistas. Algunos de nosotros también ponemos nuestras expectativas en la tendencia autonomista del marxismo. Propugnamos la creación de federaciones democráticas organizadas en torno a un programa de revolución internacional de la clase obrera y todos los oprimidos. Los anarquistas anti-organizadores denuncian que se crean así partidos de tipo leninista. Más allá de sus intenciones, en la práctica los anti-organizadores abandonan la organización anarquista efectiva contra el capitalismo y el estado. Mientras tanto, los leninistas construyen partidos que re-crean la división centralizada dirigente/dirigido del capitalismo de estado. Ellos propagan una imagen falsa y autoritaria de cómo se logró la revolución rusa. Nosotros, sin embargo, creemos aun que la emancipación de la clase trabajadora y los oprimidos será obra de la clase trabajadora y los oprimidos mismos. Creemos que la formación de federaciones anarquistas revolucionarias es parte de la auto-organización de los oprimidos y explotados por el capitalismo. Esa auto-organización sigue siendo la clave para la liberación humana.-
Referencias
§  Bookchin, Murray (1986). Post-scarcity anarchism, 2nd ed. Montreal: Black Rose Books.
§  Draper, Hal (1971; photocopied, undated). ?Toward a New Beginning.? Reorient Papers No. 3.
§  Goodman, Paul (1962). Drawing the line; A pamphlet. NY: Random House.
§  Goodman, Paul (1965). People or personnel, Decentralizing and the mixed system. NY: Random House.
§  International Bolshevik Tendency (2002). Platformism and Bolshevism. I.B.T. pamphlet.
§  Landy, Sy (1990). Foreword. In Walter Daum. The life and death of Stalinism. NY: Socialist Voice Publishing. Pp. 3 ? 6.
§  Rabinowitch, Alexander (1976). The Bolsheviks come to power; The revolution of 1917 in Petrograd. NY: W.W. Norton.
§  Rabinowitch, Alexander (1991). Prelude to revolution: The Petrograd Bolsheviks and the July 1917 uprising. Bloomington: Indiana University Press.
§  Skirda, Alexandre (2002). Facing the enemy. (P.Sharkey trans.). Oakland, CA: AK Press.
§  Trotsky, Leon (1977). The transitional program for socialist revolution. NY: Pathfinder Press.-