jueves, 23 de febrero de 2012

La economía de Marx para anarquistas. Capítulo 2: La teoría del valor-trabajo.


Wayne Price

Segundo capitulo de “La economía de Marx para anarquistas: una introducción anarquista a la Crítica de la economía política de Marx”. Este capitulo cubre el método de Marx, la alienación y el fetichismo, la naturaleza del valor y la relación entre valor y precio.
Carlos Marx

  El método de Marx
Antes de encarar la teoría de Marx, es importante decir algunas cosas sobre su método. No voy a hablar del “materialismo dialéctico”. En lugar de eso, voy a partir con la idea de Marx de que lo empírico es sólo la superficie de la realidad. El sol realmente parece ir de este a oeste en el cielo, sobre la tierra plana, y ciertamente nos guiamos de esta forma cuando viajamos grandes distancias, pero la realidad es más que eso.
Mijail Bakunin
Cuando toco la superficie de una mesa, se siente duro y consistente, y lo es (resiste la presión de mi mano). Pero también es cierto que la mesa es, más que nada, espacio vacío compuesto por partículas sub-atómicas en constante movimiento. Así también pasa con la sociedad. Existe la superficie y la profundidad bajo ella. Ambas son partes válidas de la misma.
¿Cómo, científicamente, comprendemos qué existe bajo la obvia superficie? No podemos llevar la economía a un laboratorio, no podemos hacer experimentos controlados (no éticamente, al menos). El método de Marx es la abstracción. Mentalmente abstrae (“saca”) aspectos de la totalidad mientras ignora, temporalmente, otros aspectos de la realidad compleja. Todo el campo de la economía es una abstracción, porque separa (en nuestra mente) los procesos de producción y consumo de otros procesos sociales, como el arte o la cultura.

Por medio de la abstracción, Marx construyó modelos económicos. Por ejemplo, planteó una sociedad sólo compuesta por los capitalistas industriales y la clase trabajadora moderna, pero sin terratenientes, ni campesinos, ni capitalistas comerciales, sin banqueros, ni clase media, etc. Por medio de ese modelo (de un capitalismo que nunca ha existido o existirá), exploró cómo podría funcionar. De manera gradual, añadió más y más aspectos de la sociedad actual al modelo (tales como otras clases), esperando que esto entregue indicios de como la compleja y desordenada vida real, funciona. Es la abstracción la que ha permitido que la crítica de Marx a la economía política permanezca vigente después de un siglo y medio. El capitalismo aún sobrevive y su estructura básica aún continúa funcionando.

Lo que Marx buscaba eran los patrones subyacentes al comportamiento de las masas, llamados “leyes” económicas. Pero estas leyes nunca aparecen de forma pura en la sociedad actual, al ser interferidas, mediadas por y contrarrestadas por otras fuerzas. Estas emergen al largo plazo, en términos generales, y de forma alterada. Mostraré esto cuando examine la “ley del valor” y la “caída de la tasa de ganancia”. Es por eso que Marx, de forma reiterada, dijo que las “leyes” económicas se aprecian más bien como “tendencias”. Para ver cómo operan realmente, cada situación debe ser analizada en su concreción.

¿Tres factores?

Para la economía burguesa, la producción (en todo sistema económico) requiere de tres “factores”. Estos son: tierra (no sólo suelo, sino todo recurso natural), trabajo (personas), y capital (herramientas, máquinas, edificios, etc.). Cada factor debe ser pagado; eso se traduce en renta por el suelo, salarios por el trabajo e intereses por el capital. Al contribuir los tres factores a la producción, a todos se les paga, supuestamente no hay explotación.

Sin embargo, si este modelo se aplica a todas las sociedades, debe ser aplicable al feudalismo, a la esclavitud clásica y a todo tipo de sociedad que haya existido en la vieja China, las cuales eran todas sociedades explotadoras. Unos pocos vivían del trabajo de muchos. Una cantidad mínima del trabajo de la clase laboriosa era destinada a su propio uso (en vestimenta y alimento), mientras que la mayor cantidad iba a parar a la mantención de la clase dominante

Marx afirmó que esto era cierto también para la clase obrera moderna, el proletariado (término tomado de la antigua Roma, que significa “aquellos que [solamente] crían”). El capitalismo se ve, en la superficie, como una sociedad basada en la igualdad, pero Marx buscó demostrar (por medio de su crítica) que en realidad se trataba de un sistema explotador tal como la esclavitud, que la clase capitalista también vivía del trabajo excedente de los trabajadores.

Alienación y fetichismo

En la perspectiva de Marx, la alienación (extrañamiento) es un concepto fundamental. Para él, lo que hace a las personas humanas es su capacidad de producir, crear lo que necesitamos fuera del ambiente natural, usando nuestro trabajo intelectual y manual. Pero bajo el capitalismo, en particular los trabajadores están obligados a trabajar, no para ellos mismos, sino para algo más, llamado capital. Mientras más duro trabajen, más fuerte y rico se vuelve el capital que los gobierna, drenando sus energías e incrementando su poder gracias a sus esfuerzos. Esto es el trabajo alienado. Todas las instituciones de la sociedad están alienadas y gobiernan a la clase obrera por medio de lo que esta misma les entrega. Las personas son reificadas (cosificadas), en tanto las cosas parecen vivas.

Esto es similar a la “identificación proyectiva” (una forma sicológica de alienación). La gente al sentirse vacía, inocua y débil, proyecta su fuerza interior en un símbolo o institución: la bandera, un líder, la nación, un equipo de fútbol, o su versión de Dios. Al identificarse (o unirse) con esta imagen, pueden volver a tener acceso a su fuerza y sentirse completos de nuevo por un tiempo.

Los hinchas se sienten bien cuando “su equipo” gana, y tristes cuando pierde. Los obreros norteamericanos patriotas, sufriendo en la vida diaria, se animan a sí mismos gritando en grupo “¡USA! ¡USA! ¡Somos el número uno!”. La gente religiosa se siente bien cuando se relacionan con su versión de Dios, tal vez en oposición al Dios de otras personas. La gente ubicada en el fondo de la sociedad mira hacia arriba, a sus líderes (de izquierdas y derechas) que prometen ser capaces de arreglar las cosas por ellos. La identificación proyectiva puede ser inofensiva (cuando se apoya a un equipo) o viciosa (cuando se adora a líderes como Hitler)

El gran socialista norteamericano Eugene V. Debs resumió el problema de esta alienada adoración a los líderes en 1905 de la siguiente manera: “Por mucho tiempo los trabajadores del mundo han esperado un Moisés que los guíe para salir de la esclavitud. Yo no los guiaría aunque pudiera; porque si pueden ser guiados para salir, pueden ser guiados, también, para volver. Me gustaría que entendieran que no hay nada que no puedan hacer por ustedes mismos”. Esta es la misma idea de Marx de que “La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”

Concentrándonos en la economía política, Marx habla del “fetichismo de la mercancía”. Los seres humanos primitivos adoraban ídolos y objetos especiales (fetiches), concibiéndolos como personalidades reales, poderosas. Así también, las personas, en la sociedad burguesa, tratan a los objetos como si fueran vivos y poderosos. Tratan a “la tierra” y “al capital” como seres subjetivos que interactúan con el “trabajo”. La crítica de Marx ve la realidad tras la alienación, donde es la gente la que interactúa entre sí, mediante el uso de maquinas y objetos, y no a la inversa.

 

La naturaleza del valor

Las mercancías -objetos producidos para la venta- tienen dos aspectos. Cada mercancía es un objeto específico, tiene su uso propio, como un balón de fútbol, un martillo o lo que sea, y es producido de una forma específica, con maquinas específicas y un proceso de producción específico. Pero también cada mercancía vale una cierta cantidad de dinero. Números pueden ser vinculados a cada objeto, no para referirse a su peso, sino a su valor: $1, $10, o $1000000. Dicho en otras palabras, toda mercancía es “dinerificable” [money-fiable]. Esto es importante porque a los capitalistas que administran sus negocios no les importa cual es el uso (“valor de uso” o “utilidad”) de la mercancía que producen. No jugarán con el balón de fútbol o construirán algo con el martillo que produjeron. Sólo les importa que alguien más encuentre al balón de fútbol o el martillo útil y, por lo tanto, esté dispuesto a comprarlo. A los capitalistas sólo les interesa el dinero. Ellos producen balones de fútbol y martillos para terminar con más dinero que con el que partieron al contratar trabajadores, comprar maquinaria e insumos. Es decir, buscan expandir su valor total, no incrementar la participación de la sociedad en el uso de bienes. Es por eso que los capitalistas están dispuestos a matar hasta la última de las ballenas. Cuando hayan terminado con ellas, podrán tomar sus ganancias e invertirlas en otra cosa, como talar secuoyas, para así hacer más dinero.

Entonces, ¿qué es este valor que todas las mercancías tienen, que las habilita a tener un valor monetario (precio)? Hay algo que no es dinero en sí mismo pero que puede ser expresado en dinero. Algunos plantean que es utilidad en general (valor de uso), pero el aire es lo más útil que hay, y no tiene precio. La teoría se ha desarrollado para evadir estos problemas, mezclando la utilidad con la escasez y la satisfacción (la teoría de la “utilidad marginal”). Pero el valor de uso de cualquier objeto (además del aire) es subjetivo. Incluso con el alimento y la bebida la gente varía mucho en sus gustos. Entonces, ¿cómo hace la sociedad para desarrollar de forma coherente un conjunto de precios para todos los objetos? Considerando, como ya dijimos, que los productores capitalistas no se interesan realmente en la utilidad de sus productos una vez que saben que alguien más los quiere.

La escasez y la utilidad pueden hacer una diferencia al corto plazo. Hace algunos años atrás hubo un repentino deseo masivo por un juguete navideño particular: Elmo Cosquillas. Desafortunadamente, los fabricantes no hicieron los suficientes, por lo que el precio se disparó. Pero con el tiempo, como los productores se dieron cuenta de que algo era deseado pero no había demasiado de aquello, expandieron la producción de los muñecos hasta ajustarse a la demanda. Esta es la tendencia de la producción capitalista, con el tiempo, de buscar igualar la oferta a la demanda, superar la escasez.

Por supuesto, hay cosas que permanecen escasas, sin importar cuánto dinero se ofrezca. No habrá más Rembrandts aunque la presión del mercado fomente las falsificaciones. Las pinturas no son la mayor parte de la economía, pero otras cosas sí lo son. Discutiré el tema del monopolio después (tanto los natrales -como en el caso de las obras de Rembrand- como los artificiales -como los diamantes, que se mantienen artificialmente escasos). Esto se vuelve un problema serio cuando los recursos no renovables son transados por la economía capitalista como si fueran mercancías que pueden producir a gusto (como las ballenas y el petróleo). Así es como el capitalismo opera.

Marx dice que aquello que las mercancías tienen en común es el trabajo. Las personas trabajan para producirlas. Las mercancías pueden ser consideradas como si fueran versiones condensadas del trabajo que contienen. Esto no es todo su análisis del valor o el precio, pero es el principio del mismo.

Marx no desarrolló un argumento elaborado de su teoría del valor trabajo. Para ese entonces, no lo necesitaba. Casi todos los economistas que leyó tenían alguna versión de la teoría del valor trabajo. Marx construyó sobre ellos, pero con significativas modificaciones. Al mismo tiempo, a diferencia de nuestro presente automatizado, la razón entre trabajo humano y máquinas se inclinaba claramente hacia el trabajo humano. Parecía intuitivamente obvio que el trabajo era el que creaba la riqueza, y las teorías sobre la centralidad del trabajo humano en la producción de valor eran usadas por la burguesía para atacar a sus enemigos, la aristocracia terrateniente, tachándolos de parásitos innecesarios.

Con el tiempo, los capitalistas se volvieron la clase dominante y la teoría del valor trabajo fue usada (por Marx y otros) para tacharlos, ahora a ellos, de parásitos innecesarios (y la razón de la maquinaria por sobre el trabajo humano se expandió enormemente). Así es que los economistas (burgueses) profesionales abandonaron la teoría del valor trabajo, primero, por la de la “utilidad marginal” y luego desechando cualquier tipo de teoría del valor. Se apegaron sólo al nivel superficial de los precios e ignoraron los problemas del valor subyacente a estos. De todos modos, la gente de negocios y los empresarios nunca se han preocupado de las teorías del valor.

Del valor al precio

Entonces, el valor es el fundamento del precio monetario (utilizo “valor” y “valor de cambio” como sinónimos, pero también pueden ser diferenciados como valor en tanto puro tiempo-trabajo y valor de cambio como valor que también tiene valor de uso). Al determinar el valor de una mercancía, lo que importa al mercado no es cuánto trabajo contiene un objeto específico, sino cuánto fue el trabajo socialmente necesario para hacerlo. El trabajo se mide más que nada en tiempo, el tiempo que tomó producir algo. Una fábrica que usa maquinaria obsoleta se tardará más tiempo que el socialmente necesario que una planta con maquinaria de punta. La mercancía hecha a la vieja usanza, con más trabajo, no tendrá un precio mayor (o representará más trabajo) que las hechas de manera moderna, con menos trabajo. Los clientes sólo comprarán las mercancías al precio más bajo, por lo que los productos hechos a la antigua tendrán que vender al nuevo precio también. La mayoría de las mercancías se venderán de acuerdo al trabajo socialmente necesario (que siempre es una medida promedio) incorporado en el producto medio ofrecido en el mercado. El trabajo extra utilizado en la producción con viejos métodos de producción se perderá. Además, si se producen más mercancías que las que es capaz de absorber un mercado, el trabajo gastado en hacer estos bienes extras también se perderá y no cuenta.

Es un hecho observable que las mercancías hechas con métodos modernos, que usan menos trabajo, tienden a ser más baratas que antes. Esto a veces se oculta por efecto de otros factores, como el monopolio (temporal) sostenido por los productores más avanzados, pero que es contrarrestado al momento en que otros productores se hacen de la nueva maquinaria. También la inflación general eleva los precios. Las cosas producidas de forma más eficiente con nuevos métodos pueden aumentar de precio de forma más lenta que la tasa general de inflación.

El trabajo que se gasta en un producto tiene un doble aspecto. Por un lado, es “trabajo concreto” que hace un objeto en especifico para un uso específico. El otro aspecto es el de “trabajo abstracto”, una fracción del trabajo total usado por la sociedad, el cual se traduce en valor de cambio (expresado en dinero). Existe una tendencia, por parte de la industria capitalista moderna, de transformar todo el trabajo en trabajo abstracto, a través de la “descalificación” del trabajo individual. Más importante aún, la tendencia del capitalismo es a que toda mercancía hecha ya no es fruto de un artesano en una mesa de trabajo, sino que del el trabajo de una gran cantidad de personas, en cierto sentido, de toda la sociedad. Realmente es imposible decir cuánto entrega cada trabajador individual al producto que ha pasado por toda una fábrica, partiendo por los insumos que ya han sido trabajados por masas de obreros (un punto resaltado por Kropotkin). Cada mercancía en verdad representa una fracción del trabajo total de los trabajadores de la sociedad.

Cuando un capitalista industrial invierte en lo que necesita para producir mercancías, por ejemplo, balones de fútbol, lo que compran se puede dividir en dos categorías. Primero están los insumos que se transformarán en el producto final y las herramientas y máquinas que serán usadas. Luego, está la fuerza de trabajo de los obreros contratados para producir.

La primera categoría (insumos y maquinaria) ya poseen valor, ya que fueron hechas previamente por medio del trabajo. Cuando son usadas en la producción, traspasan su valor a una nueva mercancía. El valor del cuero u otro tipo de recubrimiento se traspasa por completo al balón de fútbol. 5 horas (o $10) de cuero se vuelven parte del balón. Lo mismo ocurre con la gasolina utilizada para hacer andar la maquinaria; también su valor se traspasa totalmente al balón. Las maquinas y las herramientas no traspasan su valor totalmente, ya que no se usan del todo al hacer cada uno de los balones. Pero se gastan parcialmente (se deprecian) cada vez que se utilizan, y éste es el valor que se traspasa a la mercancía. (El capitalista agregará un costo al precio del balón para crear un fondo que le permita comprar nuevas máquinas cuando las viejas se agoten). Como sea, este traspaso de valores no creará valor nuevo, por lo que no genera ninguna ganancia. A esta parte de la inversión se le llama “capital constante”, porque no crea ningún nuevo capital. Éste, a su vez, se divide en los insumos usados y el combustible, el “capital circulante”, y las máquinas y herramientas que sólo se desgastan lentamente, el “capital fijo”.

Pero la fuerza de trabajo de los obreros es diferente. Una vez comprometido, el trabajo de los obreros transforma las cosas. Es lo que cambia el cuero en un balón y añade valor al producto, valor que no existía antes. Es lo que yace al fondo de la producción rentable. Es por eso que se le llama “capital variable”. Capital constante más capital variable dan como resultado los “costos de producción”.

La mercancía más peculiar

Antes de ahondar en la comprensión de la relación entre valor y precio, debo discutir acerca de la rara mercancía que está en el corazón de la producción capitalista. Se trata de la mercancía "fuerza e trabajo", que es la habilidad de trabajar del trabajador. El "trabajo" en sí no es una mercancía, pues es un proceso; los trabajadores se dirigen a los capitalistas, que compran su mercancía, su capacidad para trabajar, para usar sus manos y músculos, sus nervios y cerebros, al servicio del capital. La fuerza de trabajo es una mercancía inusual en muchísimos sentido. Está atada, por decirlo de alguna manera, a seres humanos con mente y conciencia, que deben subordinarlos al proceso de producción. Solo se gasta en forma de trabajo humano, la única forma de crear nuevo valor.

¿Cómo se determina el valor de esta mercancía inusual? De acuerdo a la ley del valor, su costo (expresado en sueldos o salarios) está determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario que se usa para producirla. Los economistas políticos clásicos esperaban que el capitalismo disminuyera los sueldos de los obreros a un mínimo biológico: ¿cuánto es necesario para mantener vivos a los trabajadores y para generar una nueva generación de éstos? Éste es un estándar mínimo, el más bajo posible.

Marx agrega que hay también factores culturales, “morales” que los capitalistas tienen que tener en consideración. Por una parte, la industria moderna requiere un nivel de educación y cultura que era innecesaria en los inicios del capitalismo. Por otra, la masa trabajadora de cada sociedad está acostumbrada a un cierto de nivel de comida, vestido, vivienda, cultura y entretenimiento. Estos tienen que ver con la historia del país, que incluye las luchas pasadas para prevenir su rebaja hasta mínimos biológicos.

Algunos trabajadores están mucho mejor calificados que otros, generalmente aquellos que tienen años de capacitación. Entran en esta definición obreros y operarios, pero también muchos profesionales administrativos u oficinistas, que -como el resto de los trabajadores –trabajan colectivamente para jefes que les dan órdenes. Marx plantea que la economía considera el valor de la fuerza de trabajo de éstos últimos medida en un múltiplo del valor general de la fuerza de trabajo no calificada, de acuerdo a sus años de formación. Su trabajo, entonces, equivale un múltiplo del trabajo no calificado. De cualquier modo, el mercado laboral resuelve todas las diferencias de sueldos y salarios, convirtiéndolos en precios monetarios como parte del total de los costos de trabajo de la sociedad capitalista.

Los capitalistas podrán considerar que el estándar de vida de los trabajadores es “muy alto” (esto es, muy costoso en términos de salarios e impuestos para servicios públicos); les gustaría bajar el estándar de vida de la clase obrera, redefinir el valor de la mercancía fuerza de trabajo. Pero los empleadores deben ser precavidos, de forma de no provocar la resistencia de los trabajadores si son atacados de forma muy directa (por otro lado, habrá también capitalistas que venden a mercados internos y que podrán oponerse a disminuir el salario de los trabajadores de otras empresas). Pero cuando la economía llega a una crisis, la clase capitalista sentirá que es necesario atacar el estándar de vida de la clase obrera, es decir, rebajar el valor de la mercancía fuerza de trabajo (en caso de poder).

Este ataque al valor de la fuerza de trabajo de los obreros es lo que ha estado sucediendo en los Estados Unidos y otros países industrializados desde hace muchas décadas. Si no se pudiera realizar por medios pacíficos y “democráticos”, los capitalistas podrían volverse al fascismo para atacar los estándares de vida de los obreros.

Libertad e igualdad bajo el capitalismo

A diferencia de “trabajadores” anteriores, los obreros modernos son “libres” en dos sentidos. El primero es que no son propiedad de un amo o señor, no son esclavos. Pero también son “libres” en el sentido de que no poseen tierra como los campesinos (ni son poseídos junto a las tierras como los siervos), ni talleres ni herramientas, como los artesanos de las eras pre-industriales. Son "libres" de negarse a trabajar, pero en ese caso ellos y sus familias morirán de hambre o, en el mejor de los casos, caerán en los desdichados fondos de la sociedad. Para vivir deben vender su fuerza de trabajo a los dueños de maquinarias, instalaciones y herramientas. De este modo, son integrados a un proceso colectivo de trabajo que llevará a nuevas formas de lucha y a una posible nueva forma de sociedad.

En la superficie, en el mercado, los trabajadores libres se encuentran con los capitalistas como aparentes iguales. Los capitalistas venden sus mercancías de vestido o de lo que fuera a los trabajadores, que las compran con dinero. De forma similar, los trabajadores venden su mercancía, la fuerza de trabajo, a los capitalistas, que les pagan con dinero. Así, los beneficios no son ganados a través del “robo”, sino por un aparente intercambio de equivalentes. Todos son iguales, como deberíamos esperar de la democracia burguesa en la que cada ciudadano se supone es igual al resto, con voto en elecciones sin importar la raza, religión, país de origen o género. Sin embargo, esta igualdad no es más que formal. Como lo señaló Anatole France en 1894, "La ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe tanto el rico como al pobre a dormir bajo los puentes, a mendigar en las calles y a robar el pan”.

Pero una vez que los trabajadores entran a los lugares de trabajo, incluso la igualdad formal se va. Ahora, los capitalistas (o sus administradores) están al mando, dando órdenes, y los trabajadores son los subordinados, siguiéndolas. Independiente de si los trabajadores pueden o no votar en las elecciones de gobierno cada pocos años, dentro de las empresas –y durante la mayor parte de su vida conciente –viven bajo el despotismo. Salvo los pocos que cuentan con sindicatos, no tienen derechos. Pueden ser despedidos en cualquier momento y casi por cualquier motivo (cada año, muchísimos son despedidos por organizarse sindicalmente; este motivo es ilegal pero difícilmente comprobable). Aquí también la crítica a la economía política de Marx ve detrás de esa superficie de igualdad el despotismo capitalista.

Del plusvalor al beneficio

Antes de continuar con la relación entre el precio y el valor subyacente, es necesario discutir la naturaleza del beneficio: ¿de dónde viene?

Una visión común plantea que viene del proceso de venta. Cada capitalista intenta comprar los materiales necesarios baratos y vender caros los productos finales –al punto más alto que el mercado lo permita. Así, los beneficios parecen venir de vender productos a mayor precio que su valor. Si bien esto puede pasar en empresas particulares, no resulta una explicación para toda la clase capitalista. Por cada capitalista que vende un producto a un precio por sobre su valor, hay alguien (un consumidor, u otro capitalista) que está perdiendo dinero al pagar más por él. Esto incluiría al mismo capitalista que compra los materiales necesarios para hacer el producto final. No todos pueden vender mercancías a un nivel mayor que el justificado. La proporción entre las mercancías se mantendría, lo que daría por resultado la inflación de precios, no la creación de beneficios. El beneficio debe venir, entonces, del campo de la producción y no del de la circulación.

Otro abordaje es hecho tanto por economistas burgueses como por economistas de izquierda no-marxistas. Sus respuestas parecen obvias: los beneficios vienen de la expansión de la producción. Combinar tierra, trabajo y capital da como resultado la producción de mayores productos de los que existían previamente. Ese “mayor” es el beneficio.
Supongamos que los trabajadores de una fábrica producen (por ejemplo) 100 pelotas en cinco horas, pero la nueva maquinaria les permite producir 200 en las mismas cinco horas. ¿Esto significa que se genera un beneficio de 100 pelotas extras (es decir, una tasa de 100% de beneficio)? Ciertamente, crea más valor de uso en términos de más pelotas. Pero los capitalistas no están interesados en crear más cosas útiles para la gente. Lo que quieren es mayor valor de cambio (en forma de dinero). Si el doble de pelotas se produce ahora en el mismo periodo de tiempo, cada pelota ahora será más barata que antes, probablemente un 50% más barata. Sin considerar los costos de la materia prima, mientras 100 pelotas solían costar 5 horas de trabajo, ahora 200 cuestan también 5 horas de trabajo. Hay mayor utilidad, pero no mayor valor de cambio; y, por lo tanto, tampoco mayor beneficio.

Para Marx, el beneficio, así como los precios monetarios, tiene su sustento en el tiempo de trabajo. Los obreros trabajan por una cantidad de trabajo dado, digamos 8 horas por día. En un determinado momento, habrán producido mercancías equivalentes a un valor suficiente como para pagar sus salarios, es decir, el equivalente a su mercancía fuerza de trabajo. Después de, digamos, 2 horas, producen la cantidad de pelotas (o lo que fuera) suficientes para, al venderlas, pagar por la comida, el vestido, la vivienda, educación y necesidades culturales de su familia (esto es, el valor de la producción que han producido hasta ahora es igual al valor de su mercancía fuerza de trabajo). Pero no paran de trabajar después de dos horas. Continúan produciendo, con un descanso en las comidas, por 8 horas. Esas horas finales no son pagas: este trabajo lo hacen gratis, de la misma manera en que los esclavos o los siervos trabajan gratuitamente para sus amos. El trabajo adicional produce un valor adicional, el llamado “plusvalor” (“Mehrwert”, en el alemán de Marx).

Es de este plusvalor que los capitalistas se reparten las ganancias de la industria, las de los comerciantes minoristas, el interés de los préstamos bancarios, la renta de las tierras de los terratenientes, los costos de la publicidad, los impuestos que se pagan al gobierno, etc. De este plusvalor vienen los ingresos de la clase capitalista, usados para comprar artículos de lujo y sobre todo para reinvertir en industria -de modo de expandir el capital constante y variable para el siguiente ciclo de producción.

Hay dos formas elementales mediante las cuales los capitalistas pueden aumentar la cantidad de plusvalor que sacan a los trabajadores. Una de ellas, llamada “plusvalor absoluto", consiste en incrementar el largo del día laboral. En tanto el trabajo necesario (es decir, lo que es necesario pagar por la mercancía fuerza de trabajo) sigue siendo el mismo, la cantidad de plusvalía aumenta. Este era el método más usado en los comienzos del capitalismo industrial. Los trabajadores, incluyendo a los niños, trabajaban 12, 14 o más horas por día. Uno de los problemas de esto es que tendía a debilitar físicamente a la clase trabajadora, pagándoles de hecho menos que el mínimo biológico. Sin embargo, este método se sigue utilizando, a través de las horas extra obligatorias en muchas industrias.

El otro método produce “plusvalor relativo”. Sin bajar el monto pagado a los trabajadores, el tiempo empleado para producir el equivalente del salario es disminuido. Esto puede ser logrado al acelerar la cadena de montaje, a través de estudios de productividad (taylorismo), de mejorar la productividad al introducir mejor maquinaria o de otras maneras. Ambos métodos tienen su límite: el primero y elemental es que el día es limitado; ni siquiera Superman podría trabajar más de 24 horas al día. Los simples mortales alcanzarían sus límites biológicos mucho antes que eso, ya sea en jornadas alargadas o de aceleramiento de la producción.

De este modo, el valor de una mercancía individual es el costo del capital constante (creado previamente por el trabajo, ahora transmitido al producto final) + capital variable (el nuevo valor creado por el trabajo y por el que se paga) + plusvalor (el nuevo valor creado por el trabajo por el que no se paga). Esto es cierto tanto para una mercancía individual como para la totalidad de ellas.

Del valor al precio de producción

No obstante, esta concepción acarrea un problema. La tasa de explotación (o tasa de plusvalor) es el cociente de la plusvalía sobre el capital variable. Los capitalistas se preocupan de esto; quieren arrancarles a los trabajadores la mayor cantidad de trabajo posible. Pero de lo que están más preocupados es de la tasa de plusvalor en relación a su inversión (que es igual al capital constante más el capital variable). No les importa, y ni siquiera se dan cuenta de este hecho, que solo el trabajo vivo (el capital variable) puede crear plusvalor.

Imaginemos dos fábricas con el mismo número de obreros trabajando las mismas horas por el mismo pago (esto es, tienen la misma tasa de explotación, de plusvalor y de capital variable). Las dos fábricas producirán la misma cantidad de plusvalor. ¿Ganarán los dos propietarios los mismos beneficios? No necesariamente. Las dos fábricas producen dos mercancías diferentes, que requieren diferentes maquinarias y materia prima. Por tanto, tienen diferentes cantidades de capital constante (trabajo muerto). Una, digamos, tiene mucho y la otra, un poco. Aquí, el “beneficio" lo definimos como el plusvalor en tanto proporción de la inversión total (esto es, costo de producción, siendo éste capital variable + capital constante). El capitalista con la mayor cantidad de capital constante tendrá un beneficio total menor que aquel con menor cantidad de capital constante, incluso aunque la tasa de explotación (plusvalor sobre capital variable) sea la misma.

Sin embargo, esto no es cierto. Los capitalistas industriales no obtienen menores beneficios por usar maquinaria más eficiente y productiva. Si así fuera, no habría incentivo para que los capitalistas invirtiesen en maquinaria mejor y más productiva: la economía se estancaría.

Marx resuelve este dilema de la siguiente manera: la producción industrial que tiene altas tasas de beneficios (por un plusvalor extra o cualquier otro motivo) atrae a otros capitalistas. Estos nuevos capitalistas invierten en la industria rentable y expanden la producción de sus mercancías. Esta competencia conduce a una baja de precios y, por lo mismo, a una baja de beneficios. Eventualmente los beneficios no serán especialmente altos, sino del nivel promedio de beneficios. La misma situación ocurre a la inversa en las industrias con niveles especialmente bajos de beneficios (por requerir grandes cantidades de capital constante o por cualquier otro motivo): los capitalistas se retirarán de dicha industria, o simplemente producirán menos. Con menos mercancías disponibles en el mercado, el precio subirá y del mismo modo lo hará la tasa de beneficio por producto. Eventualmente, esta tasa de beneficios se aproximará a la tasa de beneficios promedio.

La forma en la que esto se resuelve es como si todo el plusvalor producido se fuera a un fondo común y cada productor capitalista tuviera que compartirlo no de acuerdo a su número de trabajadores sino en función del capital invertido (capital constante + capital variable). Marx llama a esto "comunismo capitalista". Hay una tasa de beneficio promedio, que es igual al plusvalor del total de una sociedad sobre el total de capital invertido de la misma.

El valor total de una mercancía es reconceptualizado como el “precio de producción”. Éste incluye el capital variable + capital constante + beneficio promedio. Los precios reales fluctúan debido a las variadas presiones de oferta y demanda en el mercado, pero siempre lo hacen en torno al precio de producción. Los capitalistas no venderán mercancías a un precio menor que el que les costó producirlas (capital constante + capital variable) ni por debajo de la tasa de beneficios promedio (al menos no por mucho). Y venderlas por sobre la tasa de beneficios promedio lo único que hace es atraer a otros a que compitan devaluándolas a través de precios más bajos.

Hay otro factor más que podría influenciar los precios, el monopolio. Si una sola empresa o una pequeña cantidad de ellas dominan una industria por el motivo que fuera, pueden fijar precios sin preocuparse por competidores que vendan a precios más bajos (esto es, en términos de la economía burguesa, son más "precio-decidores" que "precio-aceptantes"). Pueden vender por sobre la tasa de beneficios promedio, obteniendo una cantidad extra de la repartija del total de plusvalor de la clase capitalista. Hay límites para esto también, que se verán cuando desarrolle el Monopolio en capítulos posteriores.

Esta, entonces, es una versión simplificada del concepto de Marx de cómo el valor llega a estar expresado en forma de precios y cómo la plusvalía se expresa en beneficios. Los economistas anti-marxistas centran este tema como un problema central, que llaman el “problema de la transformación”. Marx, por su parte, no ve realmente que el valor tiempo-trabajo se "transforme" en precios monetarios. En lugar de eso, presenta el precio y el tiempo-trabajo como dos formas de expresar el valor. El "precio de producción” es una reconfiguración de los valores de tiempo-trabajo de las mercancías, no una abolición de sus valores.

En tanto texto introductorio, no ahondaré en las objeciones a la teoría del valor de Marx y las respuestas que se han elaborado desde el marxismo (para esto, ver las referencias en el Apéndice). Marx no estaba particularmente interesado en los precios específicos; no era un "microeconomista". Él sostenía que el total de los valores de la sociedad, medidos en tiempo de trabajo socialmente necesario, es igual al total de los precios de la sociedad (un concepto similar al de "Producto Interno Bruto"). Como se mencionó, sostenía que el total del plusvalor es igual al total de los beneficios, y que esto podría ser usado para determinar la tasa de beneficio promedio. Éstos eran sus conceptos claves.

Para Marx, el concepto esencial, definitorio, del capitalismo no es la competencia, la propiedad privada, ni las acciones y bonos, sino la relación capital-trabajo. Por un lado está el capital, como valor auto-expansivo, que tiende (por los conflictos sociales y la competencia) a expandirse y crecer, de modo de acumular aún más valor (si una empresa no se expande continuamente, eventualmente será superada por sus competidores y conducida a la quiebra). El capital está representado por sus agentes, la burguesía y sus administradores. Por el otro lado está el proletariado, aquellos que no tienen nada más que su capacidad para trabajar, sus músculos y cerebros. Éstos venden su fuerza de trabajo a los agentes del capital, que proceden a extraerles la plusvalía a través de hacerles trabajar lo más duro posible y pagarles lo menos posible (al mismo nivel o a un menor nivel del valor de su fuerza de trabajo). Esta es una relación: sin capitalistas no hay proletarios; sin éstos trabajadores modernos, no hay capitalistas.

Dinero

Por supuesto, el valor -cuando está expresado en precios -requiere la existencia del dinero. El dinero es tanto una medida de valor como un depósito de valor. Originalmente, los humanos utilizaban cosas con valor como dinero: reses, semillas de cacao, etc. Luego de una larga historia se decidieron por oro y plata. Éstos son metales raros que son hallados y desenterrados a través del trabajo. Tienen un valor de uso original por su uso en decoraciones, y duran indefinidamente sin oxidarse. Son fáciles de dividir en unidades pequeñas y fácilmente fundibles en unidades grandes, y las unidades pequeñas pueden llegar a representar un valor gigantesco. Como estos metales podían ser adulterados con otros metales, los gobiernos producían monedas oficiales, garantizando el peso y el grado de pureza; luego, los mismos gobiernos comenzarían a estafar con el valor de sus monedas, causando inflación.

En las sociedades pre-capitalistas, el dinero era algo periférico. La mayoría de los objetos eran hechos para uso doméstico o eran intercambiados con los vecinos. Apenas unos pocos productos eran vendidos en el mercado. Sin embargo, bajo el capitalismo, para poder vivir, dependemos de la adquisición de mercancías para cualquier cosa, de parte de cualquier persona y en todo el mundo. El dinero hoy es un intermediario esencial, el “equivalente universal”, que mantiene unida a toda la sociedad en un “vínculo monetario”.

Conforme el capitalismo se fue desarrollando, se volvió un inconveniente para los mercaderes el llevar a cuestas grandes cantidades de metal. Se crearon entonces los bancos, que guardaban el oro; éstos entregaban billetes que podían entrar en circulación y luego ser cambiados por dinero cuando se desease. Éstos billetes eran "tan buenos como el oro”. Hoy en día –saltándonos una larga historia –el Estado emite dinero fiduciario, esto es, papel moneda sin respaldo en oro. Está, de hecho, respaldado únicamente por la confianza de la gente en la salud de la economía. A diferencia del oro (o las cabezas de ganado), tiene un "valor ficticio", mas no un valor intrínseco. Mientras más dinero haya en circulación, menos "valor" tiene cada unidad.

Traducción: Valentín Trujillo y Vladimir Benoit.

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